domingo, 2 de noviembre de 2008

De Rissani a la Garganta del Todra

En la cara del Atlas que miran al sur, al desierto, nacen una serie de ríos como el Ziz, Gheris, Todra, Dades y otros que al final se van uniendo en otros dos, el Daura y el Dra, que son las dos grandes cuencas del sur de Marruecos.
Por su situación, estos dos ríos deberían conducir sus aguas al Atlántico. Sin embargo, las van perdiendo poco a poco en las tierras áridas por donde pasan, hasta desaparecer totalmente de ellas. Tan solo el Dra, en contadas ocasiones consigue circular vivo hasta el océano.
Merzuga se encuentra sobre la cuenca del Ziz, que ha sido nuestro camino hasta llegar a la zona del Tafilalt que es donde estamos ahora.
Hoy te propongo un paseo hasta llegar a las Gargantas del Todra, al norte y oeste de donde me encuentro.
El punto de arranque va a ser Rissani, la antigua capital del Tafilalt, así que damos media vuelta y enfilamos la pequeña carretera asfaltada que une Merzuga y Rissani.
No me voy a entretener mucho hablándote de Rissani; ya lo hice la vez anterior (mira en este sitio si te interesa)

Entrada a Rissani desde Erfud

Salimos del pueblo por la carreta que va hacia el Oeste, hacia Zagora. Atravesamos el río por una pasada por la que corre el agua. Pero no te hagas muchas ilusiones porque en cuanto sales de ella, se seca el agua de los neumáticos.


Enfilamos la carretera recta por un páramo donde se mezcla algunas manchas verdes con montañas de arena y grandes moles de roca.


Incluso lo que a nosotros nos parecía de lejos la mole de una fortificación, no deja de ser otra formación rocosa natural.


En contados sitios, los lados del camino está salpicado de acacias. Unas más grandes que otras, pero a mí me gustó esta de la foto de abajo. Estaba prácticamente sola en muchos kilómetros a la redonda y su tamaño es algo más grande de la media (si la comparas con mi tamaño, no es más grande que algunos de nuestros acebuches). Sin embargo viene muy bien porque es el único sitio medio decente que tienen algunos pájaros para anidar. Si te fijas bien, las manchas pardas entre las hojas son nidos de pájaros (más de una veinte conté) formando un cinturón en las ramas más protegidas.


También me llamó la atención que era relativamente abundante una planta de mediana estatura y de grandes frutos como aguacates (lo siento pero me haría falta aquí a mi amigo Federico para conocer su nombre). Y me extrañó la salud que mostraban dada la escasez de materia verde en la zona y la abundancia de cabras y ovejas.
Nos paramos, la examinamos más de cerca y comprendimos rápidamente la razón de su abundancia. Por su sabia, nos estaba diciendo que sería más tóxica que un trago de aguarrás, así que la dejamos tranquila y seguimos nuestro camino.

Mientras en las puntas tiene flores...

...más abajo, está cargada de frutos que al intentar cortalo nos enseñó su cara oculta.

De vez en cuando pasamos cerca de algún pequeño pueblo. Se nota enseguida porque donde hay un poco de agua, hay gente que cultivan la tierra. Tienen un mérito grande (y sin subvenciones de la UE). Suelen ser pequeños huertos y me imagino que darán para poco más que para el autoconsumo. La gente nos mira a veces con curiosidad y resignación. Me imagino que estarán hartos de servir de modelo y de que los extraños les miremos como si fueran “objetos turísticos”.
Muchos pueblos se han “movido”. Junto a la carretera se construyen casas con materiales más modernos, mientras alejadas de ella, las viejas casas de adobe se van viniendo abajo poco a poco. En el de la foto, de la parte original solo queda en pie un pequeño morabito sobre el río, lo que demuestra la devoción de estas personas hacia el difunto enterrado allí.


Hacia el medio día paramos en un pueblo llamado Alnif. Es el sitio donde tenemos que dejar esta carretera y buscar la pista que cruza el Jbel Sarhro, una pequeña sierra que separa el Atlas de la hamada.
No vimos nada destacable. Un acuartelamiento muy numeroso, una población escasa de gentes del campo y un zoco donde proveerse de lo más necesario para sus trabajos.

Zoco de Alnif

Aquí me pasó una anécdota simpática. Entre dos puestos de fruta vi varias cántaras de esas grandes que se suelen poner en las carreteras llenas de agua para invitarte a beber. Y a mí me pareció buena idea traerme una para la casa. Mide unos 50 o 60 centímetros de diámetro y algo más del 1 metro de alta, pero el coche va casi vacío y tengo un saco apropiado para meterla y que no se rompa.
Así que me dirijo al chico del puesto de la izquierda, le señalo con el dedo y le pregunto:

- ¿Mul? (¿dueño?) y me dice que no con la cabeza. Le pregunto al de la derecha y tampoco. Me dirijo otra vez a ellos:

- Mul... ¿fen? (dueño... ¿dónde?, lo siento pero mi marroquí no da para más, jeje)

Me miran y se encogen de hombros como dándome a entender que ellos no querían saber nada del tema.
Yo suponía que el vendedor no andaría lejos, que nos estaría observando, pero que no tendría ganas de enrollarse con un guiri, así que hice lo único que podía hacer. Les volví a preguntar:

- ¿La mul? (¿no dueño?)

Y naturalmente se volvieron a encoger de hombros. Así que me agaché, cogí la primera cántara que vi, me la puse bajo el brazo e... hice intención de irme.
No dí ni dos pasos cuando salió uno dando gritos del cafetí que había detrás. Y este sí sabía donde estaba el dueño, jeje. Al final del trato, valoramos la cántara en 7 euros, con lo cual los dos nos engañamos mutuamente y salimos contentos del negocio. Hoy la cántara tiene un sitio en mi jardín para ella sola.


Al poco de cruzar el pueblo en dirección norte seguimos por un rato el cauce medio seco de un río, donde se pueden ver las únicas notas de vegetación verde.
La pista (por poco tiempo, porque se ven obras de asfaltado) empieza a remontar, dirigiéndose hacia los montes pelados que vemos al frente. Se nota que hoy es día de mercado, porque está bastante transitada. Claro que para algunos es como una atracción de feria. Y para otros, como los nómadas que se trasladan con toda su casa, es una necesidad.


En un momento estamos inmersos en un pedregal sin límites. No podemos resistir la tentación de salir del camino y transitar por allí. Subidos en el coche se ve imponente, pero andar por ese amasijo de piedras y más piedras, es todavía más impresionante.
Al final, encuentro un asiento de piedra debajo de una acacia pelada por los animales y me siento allí a esperar a mi amigo que baje con el todo-terreno.

¿Ves algo fuera de lo normal?

¿Y ahora?

Los únicos animales que he visto han sido un par de milanos, rastros de cabras, algún que otro pajarillo y un lagarto de cabeza azul que me mira mosqueado.
La roca más abundante es una arenisca de grano medio, bastante dura. Salpicados por todos sitios se ven trozos de caliza.


Seguimos subiendo y casi llegando al puerto, la roca cambia. Ahora toma un color verdoso, seguramente debido a alguna arcilla de ese color. Parece como si la yerba empezara a salir, pero nada más lejos.


Al otro lado, hasta llegar al pié de las montañas donde se encuentra la garganta a donde vamos, tenemos una llanura inmensa.
Hacia el oeste se cierra con unas montañas que me recuerdan el auditorio de Sidney, con sus cúpulas escalonadas.


Luego salimos a la carretera que une Marrakesh y Ouerzazate con Erfud. La cogemos un rato en dirección Este y nos topamos con Tinegir, un oasis de huertos y palmeras, densamente poblado y que va subiendo pegado al río en dirección norte, hacia la garganta.


La Garganta del Todra está a unos 20 kilómetros al norte. Una carreterilla va pasando por entre las viviendas, la gente sentada al fresco en la puerta de las casas, los niños jugando y los caza-turistas. Ojo que autobuses de guiris como nosotros suben y bajan sin parar.
Al final llegamos al sitio. Una garganta de 300 metros de profunda y un río, ahora manso, que corre por su fondo. El sitio es impresionante, pero está tomado por turistas. Incluso al final hay un mercadillo como te puedes encontrar en cualquier sitio turístico (digamos por ejemplo, Estepona :-). Así que no paramos. Seguimos el camino hasta dejar atrás la marabunta.
Al momento todo eso se acaba. El silencio te deja escuchar el ruido del agua y puedes disfrutar de este paisaje tan especial.


Observé en este sitio que todas las adelfas tenían casi el mismo tamaño: unos 50 centímetros más o menos. Al principio no me fijé en el detalle. Luego caí en la cuenta de que no había plantas de adelfas ni más altas ni más bajas; y todas en el cauce del río.
Por más vueltas que le di, la única explicación que encontré es que en la roca de las paredes no pueden sobrevivir al verano. Y en el cauce del río no pueden sobrevivir al invierno, cuando las aguas bajan con fuerza y en abundancia. Así que todas son plantas del año que morirán en verano y volverán a nacer en primavera. ¡Que vida!


Y lo mejor de todo es que estas personas no descuidan un momento su trabajo. Allí donde no falta el agua, encuentran la forma de sacarle provecho.

El regreso a Erfud y Mezuga lo hacemos rápido. Atravesamos de nuevo otros páramo, donde la nota más curiosa la dan las bocas de pequeñas minas excavadas en las faldas de los montes cercanos, que se delatan por el reguero de tierra que se acumula en sus bocas y por el estrecho camino que sube hasta ellas.


A pesar de esta apariencia de soledad, de vez en cuando se nos alegra la vista con algún que otro oasis y algun que otro Ksar, aunque como el de la foto, estén medio deshabitados.


Llegamos a Merzuga ya de noche, pero con una imagen como para no olvidar. Bonita despedida.

domingo, 8 de junio de 2008

Erg Chebbi: empezamos a ver el desierto

Lo primero que te llama la atención de este pequeño erg es su color. Acostumbrados a ver la arenisca amarilla de nuestros campos y playas, nos choca que esta arena vaya cambiando su tonalidad según la hora en que cae sobre ella la luz del sol. Desde el rosa casi blanco del amanecer, hasta el canela dorado de la caída del sol. Nunca te cansas de mirarla.


Aquí te podría estar escribiendo líneas y líneas si parar, pero creo que lo único que conseguiría es distraerte. Lo importante es que observes los juegos de luces y colores que forman estos gigantescos montones de arena movidas por el viento.

Y como uno no es un pájaro, no te puedo enseñar las dunas desde su punto de vista, Aunque sí desde uno de los sitios más altos del erg.


Hoy es un día de viento. El viento puede ser fuerte como nuestro Levante cuando sopla por las calles de Tarifa. Y seco, como el que corre por las de Alcalá de los Gazules. Así que algunas veces tienes que hacer equilibrios para mantener tu dignidad en pie. Hazte una idea por el ruido que hace.



Aunque hoy he aprendido algo: he podido ver como se mueve una duna.
Te lo voy a mostrar en el vídeo siguiente. Observa las "mellas" que aparecen en la arista superior de la duna en la que me encuentro. Esa arista siempre es recta como el filo de una navaja. Sin embargo, el viento arranca pequeños puñados de arena que resbalan por la cara de la duna, que junto a los granos que el viento hace volar desde las partes altas, hacen que la duna cambie de lugar y avancen en la dirección del viento.



Hoy teníamos en la cabeza hacer el "circuito". Entrar por el sur y recorrer la cara Este de las dunas, atravesarlas en su parte norte y regresar al pueblo por la cara Oeste.
El camino empieza en lo que debe ser un gran río cuando corre el agua. Una zona plana, salpicada de Tarajes y otros arbustos, así como de una especie de sandía silvestre del tamaño de una granada grande y que es muy apreciada por toda clase de herbívoros. Aquí el agua no está demasiado profunda y abundan los pozos.


En algunos sitios observamos algún que otro agrupamiento de construcciones de adobe. Son casas de gente nómada. Personas que se dedican al pastoreo y que habitan estas casas por temporadas. Algunas han sido desplazadas de la franja de tierra de nadie que sirve de frontera con Argelia. Otras han descubierto ya al turismo como fuente de ingresos, así que están encantadas de invitarte a un té sentados al fresco dentro de una de sus haimas de tejido de pelo de dromedario, como es esta en la que hemos parado.

Una haima es una construcción relativamente sencilla. Lo principal es el gran toldo formado por franjas de esta gruesa lona tejida con la lana de los dromedarios, cosidas entre sí.
La parte central, más alta, está sujeta por una tabla curvada, apoyada en dos palos de la altura deseada. Los extremos de la carpa se levantan con otros palos similares y se fijan al suelo mediante vientos del mismo tejido. Una cara o dos se levantan para que circule el aire. El suelo se cubre de alfombras, por lo que es buena educación dejar los zapatos fuera.
Esta en la que hemos parado, esta habitada por una pareja joven, con sus hijos pequeños, aunque también vemos otras mujeres de diferentes edades, entre ellas, esta señora que teje en el suelo una de estas bandas de pelo en un telar rudimentario.

Nos tomamos un par de vasos de te amargo, agradecemos el detalle y seguimos adelante con el paseo.

En la mayor parte del recorrido, el suelo es duro, aunque en algunos momentos tenemos que saltar sobre arena y entonces el paso se hace más lento, ya que tenemos que ir sorteado las pequeñas dunas por la parte mas baja. A pesar de todo, en algún momento el coche se clava en la arena, y eso nos obliga a trabajar un poco.


Y al final, alcanzamos la cara norte del erg y aparecen las primeras construcciones. Junto a ellas, algunos dromedarios descansan mientras les llega el turno del trabajo. Otros regresan de comer junto al lago, acompañados de modernos vaqueros en bicicletas.

Nosotros vamos dejando pasar por nuestras ventanillas la imagen de estos fantásticos montones de arena y guardamos en nuestras retinas imágenes increíbles de este paisaje.


Y como en la naturaleza todo está en equilibrio, para compensar tanta arena, a pocos kilómetros de ella se encuentra este paisaje.

No, no te engaño. Es de verdad. Se trata del lago de Merzuga, el Dayet Srji. Ahora, en plena primavera, se encuentra en su mejor momento. Los carrizos y otras plantas acuáticas inundan sus orillas. Flamencos, ánsares, patos, fochas, cigüeñuelas, garzas... y alguna especie de chorlito.
Por sus orillas, cientos de crías de rana saltaban a mi paso. Y entre la vegetación, cantaba más de un ave que no supe identificar.


Después de esto, regresamos al pueblo con las pilas recargadas y dispuestos a ver los últimos colores del día.

Y sin proponermelo, sorprendimos a algún que otro nostálgico de la estética hippie dispuesto a interpretar temas de Crosby, Stills, Nash & Young. ¿Podría ser "Marrakesh Express"?

E incluso tuvimos tiempo para llevarnos todavía otra sorpresa agradable a la vista.


(continuará)