sábado, 21 de marzo de 2015

Del Draa al Ziz (X)

El regreso. Salir temprano de Merzuga, un paso rápido por las calles de  Rissani y Arfud, con sus tiendas de todo tipo en pequeños habitáculos al pié de la carretera, sus talleres en plena calle y sus mujeres cubiertas con mantos negros… el paso por Errachidía y sus calle llenas de instalaciones militares y el descanso de la vista al paso por las aguas de su embalse y ya estamos de camino hacia las montañas de nuevo. Casi sin darnos cuentas estamos observando a los viejos cedros del Atlas sobresalir por encima de los pinos y sabinas de sus laderas. Y en lo más alto de estos montes, nos visita un grupo de macacos acostumbrados ya a los manjares de la especie humana. Pasamos como un relámpago por ese pedazo de Suiza en el Atlas que es Ifrane y ya estamos frente a nuestro destino: Meknes. De aquí a Ceuta, el barco y la casa, ya sólo falta un paso.
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Bueno. Ahora que lo pienso hoy empieza la primavera. Buena época para viajar otra vez allí. 

sábado, 14 de marzo de 2015

Del Draa al Ziz (IX)

Es nuestro último día en el desierto. Mañana enfilaremos la carretera hacia el Norte y habrá que despedirse de este sitio singular. Pero hoy no nos quita nadie que demos una vuelta por el Erg Chebbi, el gran complejo dunar de esta parte de Marruecos.
Así que después de desayunar  muy temprano nos disponemos a dar una vuelta a pie por las dunas cercanas a nuestro albergue, sin necesidad de coger el coche. Pudimos observar como la proximidad ya de la primavera se nota en las plantas que aparecen sobre la arena y sobre algunos animales, que se encuentran más activos que de costumbre.
Pudimos ver algunos de los campamentos para que los turistas pasen su “noche en el desierto”… a no más de 200 metros del albergue, jeje.
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Un poco más tarde fue el momento de coger el coche y rodear estas dunas por las pistas que recorren la hamada y que unen a Merzuga con Arfud y otros pueblecitos de esta parte.
La primera sorpresa, tras pasar por un sencillo cementerio que destacaba por sus piedras hincadas en la arena, fue el pueblo abandonado de Mfis. Yo lo recuerdo (fue en 2010 cuando pasé por aquí) lleno de gente jugando al fútbol; todos eran hombres jóvenes, ni niños, ni viejos, ni mujeres. Me chocó pero luego comprendí la razón: la zona fronteriza con Argelia está a una decena de kilómetros, más o menos, y los paisanos habían sido “invitados” a coger su residencia en otros pueblos de la zona y éste estaba ocupado exclusivamente por militares, que guardaban sus uniformes para cuando la ocasión lo requiera. Hoy está vacío y sus casas se están cayendo poco a poco. Los militares (un puñado, supongo) se han trasladado a un edificio cercano con grandes antenas.
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La única actividad que vimos cerca del pueblo estaba en la falda de una de las lomas de enfrente. El ruido intermitente de un motor y el trasiego de dos o tres personas junto a unos montones de rocas negras delataba la presencia de una mina.
Nos acercamos y pudimos comprobar que la mina era una grieta en el suelo de poco más de un metro de ancha y muchos de profundidad, donde era de suponer que habían bajado algunas personas y que tras excavar una roca que a mí me pareció Galena, era izada al exterior con ayuda de una grúa sencilla, similares a esas utilizadas en la construcción.
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Enfilamos hacia el norte por una amplia explanada de decenas de kilómetros y que acaba por nuestra derecha en tierras argelinas. Marchamos de forma descuidada por este llano paisaje, dejando a nuestro lado una hermosa vista de las dunas del erg, cuyo color rojizo contrasta mucho con la pierda negra por al que nos movemos.
A nuestro paso van apareciendo pequeños asentamientos de nómadas que aun conservan algunos rebaños de cabras y dromedarios pero que complementan sus ingresos con los turistas que pasamos por las inmediaciones. Un te amargo del sur, debajo de la lona de una jaima, siempre sienta bien.
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El atardecer de la despedida nos pilló en una zona elevada desde la que pudimos tener un bonito recuerdo de este viaje
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