domingo, 8 de junio de 2008

Erg Chebbi: empezamos a ver el desierto

Lo primero que te llama la atención de este pequeño erg es su color. Acostumbrados a ver la arenisca amarilla de nuestros campos y playas, nos choca que esta arena vaya cambiando su tonalidad según la hora en que cae sobre ella la luz del sol. Desde el rosa casi blanco del amanecer, hasta el canela dorado de la caída del sol. Nunca te cansas de mirarla.


Aquí te podría estar escribiendo líneas y líneas si parar, pero creo que lo único que conseguiría es distraerte. Lo importante es que observes los juegos de luces y colores que forman estos gigantescos montones de arena movidas por el viento.

Y como uno no es un pájaro, no te puedo enseñar las dunas desde su punto de vista, Aunque sí desde uno de los sitios más altos del erg.


Hoy es un día de viento. El viento puede ser fuerte como nuestro Levante cuando sopla por las calles de Tarifa. Y seco, como el que corre por las de Alcalá de los Gazules. Así que algunas veces tienes que hacer equilibrios para mantener tu dignidad en pie. Hazte una idea por el ruido que hace.



Aunque hoy he aprendido algo: he podido ver como se mueve una duna.
Te lo voy a mostrar en el vídeo siguiente. Observa las "mellas" que aparecen en la arista superior de la duna en la que me encuentro. Esa arista siempre es recta como el filo de una navaja. Sin embargo, el viento arranca pequeños puñados de arena que resbalan por la cara de la duna, que junto a los granos que el viento hace volar desde las partes altas, hacen que la duna cambie de lugar y avancen en la dirección del viento.



Hoy teníamos en la cabeza hacer el "circuito". Entrar por el sur y recorrer la cara Este de las dunas, atravesarlas en su parte norte y regresar al pueblo por la cara Oeste.
El camino empieza en lo que debe ser un gran río cuando corre el agua. Una zona plana, salpicada de Tarajes y otros arbustos, así como de una especie de sandía silvestre del tamaño de una granada grande y que es muy apreciada por toda clase de herbívoros. Aquí el agua no está demasiado profunda y abundan los pozos.


En algunos sitios observamos algún que otro agrupamiento de construcciones de adobe. Son casas de gente nómada. Personas que se dedican al pastoreo y que habitan estas casas por temporadas. Algunas han sido desplazadas de la franja de tierra de nadie que sirve de frontera con Argelia. Otras han descubierto ya al turismo como fuente de ingresos, así que están encantadas de invitarte a un té sentados al fresco dentro de una de sus haimas de tejido de pelo de dromedario, como es esta en la que hemos parado.

Una haima es una construcción relativamente sencilla. Lo principal es el gran toldo formado por franjas de esta gruesa lona tejida con la lana de los dromedarios, cosidas entre sí.
La parte central, más alta, está sujeta por una tabla curvada, apoyada en dos palos de la altura deseada. Los extremos de la carpa se levantan con otros palos similares y se fijan al suelo mediante vientos del mismo tejido. Una cara o dos se levantan para que circule el aire. El suelo se cubre de alfombras, por lo que es buena educación dejar los zapatos fuera.
Esta en la que hemos parado, esta habitada por una pareja joven, con sus hijos pequeños, aunque también vemos otras mujeres de diferentes edades, entre ellas, esta señora que teje en el suelo una de estas bandas de pelo en un telar rudimentario.

Nos tomamos un par de vasos de te amargo, agradecemos el detalle y seguimos adelante con el paseo.

En la mayor parte del recorrido, el suelo es duro, aunque en algunos momentos tenemos que saltar sobre arena y entonces el paso se hace más lento, ya que tenemos que ir sorteado las pequeñas dunas por la parte mas baja. A pesar de todo, en algún momento el coche se clava en la arena, y eso nos obliga a trabajar un poco.


Y al final, alcanzamos la cara norte del erg y aparecen las primeras construcciones. Junto a ellas, algunos dromedarios descansan mientras les llega el turno del trabajo. Otros regresan de comer junto al lago, acompañados de modernos vaqueros en bicicletas.

Nosotros vamos dejando pasar por nuestras ventanillas la imagen de estos fantásticos montones de arena y guardamos en nuestras retinas imágenes increíbles de este paisaje.


Y como en la naturaleza todo está en equilibrio, para compensar tanta arena, a pocos kilómetros de ella se encuentra este paisaje.

No, no te engaño. Es de verdad. Se trata del lago de Merzuga, el Dayet Srji. Ahora, en plena primavera, se encuentra en su mejor momento. Los carrizos y otras plantas acuáticas inundan sus orillas. Flamencos, ánsares, patos, fochas, cigüeñuelas, garzas... y alguna especie de chorlito.
Por sus orillas, cientos de crías de rana saltaban a mi paso. Y entre la vegetación, cantaba más de un ave que no supe identificar.


Después de esto, regresamos al pueblo con las pilas recargadas y dispuestos a ver los últimos colores del día.

Y sin proponermelo, sorprendimos a algún que otro nostálgico de la estética hippie dispuesto a interpretar temas de Crosby, Stills, Nash & Young. ¿Podría ser "Marrakesh Express"?

E incluso tuvimos tiempo para llevarnos todavía otra sorpresa agradable a la vista.


(continuará)