Con las claras del día, me despido de Pobeña. Recorro de nuevo el borde de las marismas (o lo que queda de ellas gracias a la refinería de Petronor que hay escondida al fondo) y puedo escuchar el canto de alguna Focha y otras acuáticas que hay escondidas entre los juncos. Sin dificultad, en un rincón descubro la escalera que marca el comienzo del camino de hoy y empiezo a subir la punta que hay al oeste de la playa y que me permite tener una estupenda vista de ella desde arriba.
El trazado no admite discusión. Casi en su totalidad de esta primera parte discurre sobre una antigua vía minera que servía para mover el mineral de hierro que se extraía de estas colinas y que se exportaba hacia diferentes partes de Europa, y que en la actualidad se ha convertido en una vía verde.
A nuestro paso podemos encontrarnos diversos restos de esa actividad minera: lavaderos, hornos, cargaderos… y que se mantienen más o menos en pie a pesar de las palizas que reciben del Cantábrico, que deja sus cicatrices hasta en los árboles próximos a la costa.
Pronto llegamos al pueblecito de Cobarón, el primer pueblo cántabro y muy cerca a él está Ontón, donde “me reciben” como si de una feria de un pueblo andaluz se tratara. Tiene gracia.
Y tras un agradable paseo por una costa accidentada que te dejará con la boca abierta más de una vez, se llega a Castro Urdiales, que nos recibe con sus singulares iglesia y castillo, utilizado en otra época como faro.
Castro se ha convertido en la actualidad en una ciudad turística, destino de muchos bilbaínos, debido a la proximidad con esta ciudad. Y aunque el descontrol urbanístico ha llegado hasta aquí, por el centro histórico se conservan algunas calles con solera, como la plaza del ayuntamiento que ves más abajo.
El albergue de peregrinos está en la parte nueva, junto a la plaza de toros. Es pequeño, pero no está mal (para ser un albergue) aunque… tiene cosas mejorables.
Para llegar hasta él (o volver al centro) hay que recorrer una buena parte de Castro, lo que me permitió conocer algunos rincones y contemplar a esos remeros.
Pero lo más interesante que conocí en Castro fue a esta persona. Se trata de Luigi Cerati, un peregrino italiano que arrastra una historia muy particular.
El Correo Gallego, el Diario de Navarra y el Ideal de Granada le prestaron atención en su día (y también alguna televisión local gallega le dedicó algunas de sus noticias), por eso si te interesa conocerla, sólo tienes que picar sobre esos enlaces.
Esa tarde, Luigi, su compañera Pilar y yo echamos un rato de charla muy satisfactoria que me sirvió para conocer otra de las muchas caras del Camino.