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martes, 28 de noviembre de 2023

Las piedras azules

Hoy necesito un día tranquilo. Levantarse sin prisas, desayunar sin prisas, dar una vuelta por Esmara sin prisas y reponer algunas cosillas que se han acabado en la despensa, sin prisas también.

Todavía tengo la cabeza llena de la paliza del Saguia y la llegada nocturna a Esmara. Aunque también la tengo de la visión del enorme Gaat que tuvimos el honor de cruzar ayer. No veo el momento de volver.

Pero ahora... dar una vuelta por la esta pequeña ciudad es siempre un placer. Andamos la avenida principal, observar a las personas que van y vienen, sentirse observados por ojos medio ocultos, entrar en la zona comercial aunque aún es muy temprano para eso, comprar algo de fruta fresca (que buenas las manzanas de Midelt), aprovisionarme de té verde (aquí se vende en paquetes grandes de medio kilo y hasta de dos kilos), el pan del día no puede faltar, algo de bollería artesana, una funda discreta para la rueda de repuesto (je,je), artículos de limpieza...

Se descubren cosas curiosas. Aquí, cuando el dueño se ausenta, no hay que dejar carteles. Basta con cruzar una escoba en la puerta para que nadie se moleste en entrar. Grandes estos saharauis.

También que algunas personas hablan castellano con mayor o menos fortuna. Algunos han trabajado en la cercana Canarias, pero que por un motivo u otro han regresado. Otros se siente orgullosos cuando comentan que sus padres o abuelos tienen su DNI guardado, que un dia ya lejano trabajaron para la administración española y que ellos le han enseñado lo que saben de esa lengua. Sinceramente, a mi se me coge un pellizco en el estómago cuando escucho esas cosas y pienso cómo la administración española los abandonó en su día. Y, sobre todo, cómo las sucesivas administraciones ya en democracia, siguen abandonándolos. Lo que sigue ahora me lo cayo porque no es políticamente correcto y no quiero terminar en los juzgados.

Entre el paseo y preparar el coche, arrancamos bastante tarde, pero ¿qué más da? Son apenas 200 kilómetros de terreno llano y arenoso lo previsto para hoy. Además la ruta elegida es la misma del año pasado y entonces no vimos dificultades ninguna. La ruta nueva por las montañas de Amgala que yo traigo preparada se queda en reserva para otra ocasión, militares dixit.

Al atardecer vemos las pizarras azules de Laghchiuat. Tenemos el tiempo justo para echar un vistazo a un buen puñado de grabados. Es buena hora. El sol está cayendo y la luz horizontal favorece que se vean mejor.

Ya casi en la oscuridad formamos el campamento al resguardo del viento con la casa del vigilante. En ello estamos cuando se aproxima un coche desde el sur. No es un coche militar, pero se bajan cuatro militares de él. Ya sabes... papeles... fotografía de las matrículas... de dónde vienes... a dónde vas... El protocolo.

Cuando terminan nos preguntan si tenemos compresor. Han pinchado y no tienen ya rueda de repuesto. Eduardo, con toda amabilidad, le soluciona el pinchazo y le llena la goma. Yo aprovecho para enterarme cómo está la pista que va a Guelta Zemur. Prohibida. ¿Y la que va directa a Ausserd?. Prohibida. ¿Y la que va a Bir Anzerane?. Buena. ¿Y desde allí a Ausserd? Buena.

Eah, solucionada la pista de mañana. Buenas noches.

(si quieres ampliar las imágenes, pulsa sobre ellas)

















domingo, 26 de noviembre de 2023

No hay cinco sin seis

Hoy ha habido que dormir atentos a cualquier ruido tras los acontecimientos de anoche. Afortunadamente no hemos tenido más visitas.

Un desayuno ligero y puesta en marcha. Nada más salir huelo demasiado a carburante. Eso me extraña y barrunto otra aventura. Paro, levanto el capó y busco una pérdida. Veo una mancha sobre la transmisión y miro arriba. Por la parte trasera de la bomba, de una especie de filtro muy pequeño, sale una gota tras otra. No es demasiado pero no me agrada la idea de arriesgarme a tener una avería mayor en mitad de la nada.

Tantán está a menos de 90 km por carretera y allí hay un taller especialista Land Rover. Dicho y hecho. Camino de Tantán.

El taller Bounkhaila está cerca de la entrada y es fácil de encontrar. Me atiende un mecánico corpulento. Le explico que pierde por la bomba y le señalo el sitio concreto. Lo mira, se da media vuelta y se dirige a una estantería cercana. Viene con una bomba similar en la mano y una llave fija en la otra. Desenrosca la pieza que gotea, la examina, le sopla y la deja a un lado. Coge la bomba que ha traído, le quita la pieza que necesito, la limpia, le sopla, la enrosca en mi bomba y listo. La bomba ha dejado de gotear. Esto es un Land Rover y estamos en el desierto. Amo mi Land Rover.

Entre una cosa y otra es ya medio día. Afortunadamente, cerca de aquí hay un par de sitios para comer. No cuesta mucho escoger: el que más humo hay en la puerta. Y tampoco hay que pensar mucho la carta: un tajín en condiciones. La bodega tampoco es para tirar cohetes: entre agua y refresco, yo me decido por un té cosecha reciente.

Mientras, hay que estudiar por dónde acortar la ruta y decidimos que lo mejor es salir por la carretera de Esmara, saltarnos la etapa más montañosa y retomar la ruta en las colinas de Lehmeira. Por el camino, hay que repostar ya a precio del Sáhara. 

A poco de salir vemos al lado de la carretera unas cabañas con el techo cónico. Son de obra y hay un buen puñado de ellas. Luego nos enteramos que se trata de un antiguo cuartel situado junto al monte Abteh, abandonado hace ya bastantes años y que se conserva como atracción turística.

Nos acercamos ya a la marca del Sáhara. Es hora de repostar. Sin embargo, el puñado de gasolineras que hay casi juntas una vez se atraviesa el paralelo 27 están cerradas y la única que tiene actividad está sirviendo carburante a una gran cola de pickups con la parte trasera llena de grandes bidones. A nosotros nos dicen que no. Menudo negocio tienen montado aquí. Afortunadamente aun disponemos de medio depósito o más para llegar a Esmara.

Dejamos el asfalto y ponemos rumbo a las colinas por una pista casi llana, ancha y muy bien de piso, con algo de arena de vez en cuando que la hace aún más cómoda. Al poco atravesamos lo que queda de un viejo muro militar. 

El Gaat Chaititat no se hace esperar. Pronto se abre ante mi una inmensa llanura de más de 30 km de largo por 13 o más de ancho. Un gran fondo de un lago intermitente que se alimenta de todos los ríos de las montañas cercanas. Claro que eso sólo ocurre cuando llueve en cantidad. Mientras, sólo es un área lisa, casi pulimentada donde el coche se mueve a su antojo.

La idea es atravesarlo y salir por el cauce del río Aarrait al sur. Pero lo impresionante de su tamaño hace que uno se despiste y se entretenga más de lo necesario. Así que casi nos coge la noche por la zona y aún faltan bastante kilómetros para llegar a Esmara. Con el agravante de tener que cruzar el río Saguia y tener que moverse demasiado cerca de zona militar.

Pero había otros problemas que no habían dado la cara todavía.

(para ampliar las imágenes, pulsa sobre ellas)













A partir de aquí buscamos el paso del cauce del río Saguia El Hamra por el punto que yo conocía por los mapas. En previsión de que el tiempo hubiera sido lluvioso y el río llevara agua (yo lo vi hace unos años desbordado a su paso por Esmara y no era precisamente un juego) había trazado una ruta que buscaba la carretera. Así que iba tranquilo. Tenía mi plan B.

La llegada al río fue ya en total oscuridad. La entrada no estaba demasiado mal. Pero al poco el suelo empezaba a hacer montículos, como olas de tierra dura, cada vez de mayor tamaño según ibas avanzando. Hasta el punto de ser imposible el paso dada las alturas que había que salvar. Esto era peor que un trial y malo. Y no se le veía el final

 Bueno. No pasa nada. Plan B. La nueva ruta sube el cauce un poco, cruza por otro sitio más estrecho y luego coge rumbo a Esmara de nuevo. La parte mala es que está tan cerca de la zona militar que se podía decir que ya estábamos metidos en ella sin remedio.

Y eso me lo confirmó las luces que vimos a lo lejos  que venían en nuestra dirección. Al momento teníamos una patrulla allí. Papeles, fotos de las matrículas y llamadas al oficial de guardia. Espera que llegue y otra vez papeles. Resumen: zona militar, prohibido el paso y media vuelta por dónde hemos venido, esta vez con compañía.

Así que no sé cuanto tiempo después, estábamos otra vez de cara al río por el mismo paso que habíamos dejado antes. Sólo que ahora teníamos un guía nativo que te señala esa dirección. La alternativa es dar marcha atrás un montón de kilómetros hasta buscar la carretera que vimos esta tarde.

Keep calm y estudia la ruta!!! Amplio el mapa, compruebo que mi ruta está trazada con sentido y que tiene una entrada y una salida al río. Vuelvo a empezar. Doy algún cabezazo que otro (confío en que la protección aguante) y algún culazo (espero que el enganche aguante), pero voy avanzando poco a poco entre los montículos de barro seco y tarajes. Cuando llevo ya recorrido las tres cuartas partes, veo por el rabillo del ojo lo que parece una rodada a menos de 20 metros de donde me encuentro. Grito ¡SALIDA! por la radio y enfilo hacia ella. Hago algunos saltos más y algunos giros y, por fin, salgo del dichoso río (que los djins del desierto lo confunda).

Cansados y sin ganas de hablar, hacemos los últimos kilómetros. Aun hay que atravesar unos viejos muros militares, pero veo un boquete y me tiro hacia él. Luego escucho por la radio ¡Cuidado con el alambre de espino!, pero yo no he visto ningún alambre.

A la llegada a las primeras casas de Esmara, observo a un coche parado a pocos metros de la pista. Hay alguien dentro. Supongo que será el vigilante que avisa a la gendarmería, así que paro y espero a que se acerquen los demás. En el instante en que un coche de la gendarmería aparece, el otro desaparece, lo que confirma mi impresión. Bueno, esto es el Sáhara.

Afortunadamente, los dos gendarmes tienen menos ganas que nosotros de perder el tiempo. Comprueban nuestras identidades y que no falta ni sobra nadie y salen como un rayo. Nosotros hacemos lo mismo.

Hoy toca hotel y ducha en condiciones. Y aunque tarde ya, salimos a la calle a ver si encontramos algo de comer. Vemos un puesto de carnicería abierto frente a una pequeña cafetería/restaurante (ya sabes de esos con el anafe en la puerta). Hablamos con el chico del anafe y consiente asarnos algo de carne. Cruzamos la calle pasando por una docena de gatos sentados ante la carnicería (esperan a que baje el telón y caiga algo de carne sobrante), lo que nos indica que aquí la carne tiene que ser buena teniendo tanto público. Compramos algo de costillas de cordero y algo de kefta (carne picada). Le pasamos la compra al cocinero y, mientras la asa, nos traen una tetera que nos sabe a poco. 

Damos buena cuenta de todo y de postre unas manzanas exquisitas. Mañana será otro día.