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miércoles, 1 de noviembre de 2023

El valle del Ourika

 El río Ourika nace en las faldas del monte Toubkal, la mayor altura de Marruecos. Su hechura es la típica de un río del Atlas: canijo, poderoso y, con suerte, cargado de agua hasta en la estación mas seca.

Este está demasiado "turisteado". Tan cerca de Marrakech es imposible librarse de los pegajosos turistas que recorren los mil y una terrazas de sus orillas. Sin embargo, siempre es posible verlo desde un punto de vista amable si sabes tomar la vida con calma y le haces los honores a una buena tetera mientras, tirado sobre uns colchonetas, te mojas los pies es sus aguas.

Su valle, antes dedicado 100% a la agricultura, esta poblado de grandes nogales entre una vegetación generosa hasta donde el agua moja, al menos. Por sus ramas no es difícil toparse con familias de macacos que también sabe sacarle jugo a las manadas de guiris, esperando sus recompensas en los techos de cualquier chiringuito. 

Una de sus mayores atracciones son sus cascadas, aunque hoy (7 de octubre del año más caluroso que he conocido hasta ahora) no pasan de ser un pequeño salto de agua, suficiente para refrescarte, eso sí. Subir hasta ella no es trabajoso. Solo tienes que seguir el rastro de chiringuitos y puestos instalados a los lados del camino, sin dejar de pasar la oportunidad de probar las exquisitas manzanas que te van a ofrecer.

Salir del valle por la misma carretera por la que entramos no es una opción, así que voy a usar la pista que sube por la montaña en dirección a Tadararte y Setti Fadma (Akarkare, en tamazight). Estoy en El Haouz, una de las zonas más castigadas por el fuerte terremoto ocurrido el mes pasado en Marruecos. Yo nunca he vivido uno y me gustaría ver de cerca sus posibles efectos en los pueblecillos de la montaña. En realidad, la propia pista que tomo ha estado cortada un tiempo, hasta que ha sido reparada y abierta. Las obras se aprecian nada más salir de las ultimas casas.

No hay más subir algunos cientos de metros y ya hay que parar. Admirar el valle desde arriba o las enormes montañas desde abajo, no tiene precio. Seguramente esos sentimientos impulse a ese campesino a lomos de su mulo, a rezar mientras recorre el camino de vuelta a casa.

Un poco más arriba se produce un encuentro curioso. Por un lado, un grupo de niños y niñas aparecen casi de la nada. Son tímidos y huyen de la gente rara que sube por la pista, cosa poco habitual en ellos. Más lejos, junto a un arroyo, un buen número de mantas tendidas, puestas a secar, indican que aquí pasa algo raro. 

La respuesta está a la vuelta de la curva. En una pista lateral se acumulan casi medio centenar de tiendas. Son las típicas tiendas de lona plastificada que han repartido las ONG a las personas que han tenido que dejar sus casas tras el terremoto. La pregunta es ¿qué hacen tan lejos del casco urbano y en un sitio tan inhóspito? La única respuesta que se me ocurre es que están apartados de la vista de los turistas que vienen al valle, no vaya a ser cosa de que les perturbe su feliz viaje. 

La pista continúa ascendiendo por la montaña y mostrando pequeños rincones verdes allí donde hay agua y pequeños pueblos de barro al más puro estilo amazight. Unos mas enteros que otros, unos con más suerte que otros.

Eso sí, los niños son indestructibles, afortunadamente.

(Las imágenes se pueden ver ampliadas pulsando sobre ellas)

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sábado, 24 de enero de 2015

Del Draa al Ziz a pie (II)

Cumplimos con Fes y ponemos rumbo a Marrakesh. Podíamos haber cogido la autopista que va al sur y que, aunque el recorrido es mayor, nos llevará cómodamente y más rápido hasta allí, pero hemos preferido viajar por el interior, por carreteras normales y así poder disfrutar un poco de lo que veamos a nuestro paso: Fes – Ifrane – Azrú – Jenifra – Beni Melal – Marrakesh. Bordeando las montañas del Atlas. Casi 500 kilómetros atravesando una infinidad de pueblos y aldeas, para los que vas a necesitar toda una jornada.
Si no conoces Ifrane te llevarás una sorpresa, porque te parecerá que has parecido de pronto en un pueblo de los Alpes. No te cuento más.
Y antes de dejar atrás las montañas del Atlas, pasarás junto a un mirador desde el que puedes observar el valle de Tigrira, una antigua zona volcánica en la que se puede aun ver los cráteres que aun resisten a la erosión. En invierno suelen estar llenos de agua, con lo que se forman una infinidad de pequeños lagos.
Valle de Tigrira con sus conos volcánicosLas montañas del Atlas están cubiertas de pinos, cedros, encinas y chaparros
A partir de Azrú, la carretera se separa un poco de las montañas y discurre por tierras de secano. Según se aproxime o no al Atlas, es más o menos sinuosa. Y cerca ya Jenifra, discurre al lado de un río llamado Oum-Er-Rbiaa, que resulta ser el más caudaloso de todo Marruecos y que nace precisamente en estas parte de las montañas.
El Atlas conserva sus nieves hasta bien entrada la primaveraEstas montañas son parte del Parque Natural del Medio Atlas
En cualquiera de los pueblos a tu paso encontrarás sitios donde comprar algo de carne y que te la pasen por las brasas en un momento. Verduras, frutas y té no te van a faltar.
La ternera es muy apreciada en la actualidad, aunque no va a faltar el cordero. Y no te preocupes por el idioma que KILO se dice igual en ambos
En fin, paso de largo los kilómetros y kilómetros de carretera. Ahora mismo sólo me acuerdo de una recta exageradamente larga que hay una ver se pasa de Beni Melal y unos viñedos en miniatura que pude ver al lado de la carretera con su casa-bodega en lo alto de una loma. Muy a lo Falcon Crest.
Conforme nos fuimos acercando a Marrakesh, el paisaje va cambiando, y el regadío va dando paso al secano primero y al semidesierto después. Hasta que ya cerca de nuestra meta, aparece los primeros ejemplares del inmenso palmeral que Marrakesh tienen a su alrededor.
Parte del palmeral de Marrakesh hoy muy atacado por el urbanismo desmedido que provoca el turismo
De la tranquilidad de la carretera al caos de la ciudad sólo hay un paso. Nuestra llegada debió coincidir con una hora punta y el tráfico de vehículos se parecía más a esas imágenes de la India que a Marruecos. Pero… paciencia.
La bocina es algo que no puede faltar en tu vehículo
Y todo llega. Tras dejar el coche junto al hotel, decidimos que hay que ver “la plaza” de noche: La Jemaa El Fna. Y hacia allí nos encaminamos ya de noche, aunque da igual porque el jolgorio dura hasta tarde.
Al parecer el nombre de Jemaa (reunión, usada para designar a las mezquitas) , se aplica a esta plaza debido a que antiguamente era el sitio destinado a las ejecuciones (El Fna), y las cabezas de los reos eran expuestas formando corros como si estuvieran en una “reunión”. Hoy es el lugar de reunión de todo Marrakesh: lo bueno y lo menos bueno. Pero es el sitio al que no se puede faltar si visitas la ciudad. Te aviso que la gente de los puestos es muy abierta y están deseando que te pares para hacer negocio contigo. Y aunque el centro urbano está repleto de sitios para comer, no puedes dejar pasar la experiencia de compartir mesa con gente de todos lados y comer al estilo berber. Un plato autóctono: cabeza de cordero al horno desmenuzada delante tuya; lo mejor, los ojos y los sesos.
Unos de los más concurridos son los puestos de comidaEl zoco de los encurtidosY de postre, un té con unas chebakiasPero antes hay que acabar con un buen tajin hecho en el carbón
Si sobrevives a la “noche de la plaza”, prepárate porque Marrakesh es grande y tienes muchos sitios que visitar.
Por lo pronto, la plaza ya ha cambiado de ropa. Si anoche no se cabía, ahora está casi despejada y quedan la mitad de los puestos y corrillos de ayer. De todas formas, tiene su cosilla también. Un buen sitio para desayunar y observar la marea de gente son las terrazas de las cafeterías de los lados.
En la Jemaa El Fna, por la mañana, casi se puede pasear tranquilamente
Aunque los alrededores es un hervidero de gente, motos y otros cacharros que van como locos
Ma-110g_Jemaa_El_FnaY tampoco faltan los aguadores a la caza del turista para la consabida foto
Pero hoy vamos a aumentar nuestra cultura y vamos de visita al casco histórico de la ciudad. Lo primero que visitamos fueron las ruinas del Palacio Badi, según dicen, diseñado a semejanza de nuestra Al-Hambra. Y si digo ruinas es porque del palacio original del sigo XVI sólo queda una explanada sembrada de naranjos y una murallas que lo rodean. Sus riquezas, hoy, están diseminadas por la ciudad de Meknes. Cosas de la guerra  y de sultanes victoriosos.
Naranjos sembrados por debajo del nivel del suelo y restos de murallas pobladas de cigüeñasDe lo que fuera este pabellón, sólo queda los muros pelados
El segundo sitio que no puedes dejar de ver son los Jardines de La Menara. No son unos jardines como los que tú estás acostumbrado. Estos fueron construido hace ya más de ocho siglos y en él se van alternando zonas típicas de jardín de plantas ornamentales, con zonas e huerto y plantación de árboles frutales. Todo eso se mantiene gracias aun sistema de riego subterráneo que se aprovisiona del agua acumulada en ese gran estanque central, el que a su vez es alimentado por un sistema de tuberías que traen el agua desde las montañas situadas a más de 30 kilómetros.
De aquí a los jardines de la Al-Hambra no hay más de un paso
Rosales, olivos y palmeras se mezclan en una misma zona
Cerca del Palacio Badi, dando un pequeño paseo por la kashba en dirección a la puerta Aguenau, puedes visitar las tumbas de la dinastía Saidii (Saidiana). Fueron construidas hacia finales del siglo XVI y allí se enterraron varios sultanes y sus familias de esta dinastía, más sus servidores y funcionarios y personajes ilustres, que se reparten por el jardín. Aunque unos 100 años más tarde, un sultán de la dinastía Alauita, Mulay Ismail las tapió todas, permaneciendo en el olvido hasta principios del siglo XX. Lo que más llama la atención es la rica decoración de las salas de los sepulcros, en las que no falta las maderas talladas, los techos decorados, los azulejos y el mármol de Carrara.
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Si has ido a pie desde la Jemaa El Fna hasta los jardines de la Menara has pasado por una plaza en la que se encuentra una de las mezquitas más emblemáticas de Marruecos: se trata de la Mezquita de los Libreros o Kotubiya, llamada así porque en sus muros exteriores se ponían los libreros de Marrakesh a vender sus mercancías.
Se trata de una imponente construcción de ladrillo y piedra levantada en 1158 por un miembro de la dinastía ultra-religiosa de los Almohades, que habían traído la yihad a Andalucía unos años antes.
Lo que más destaca del edificio es su torre, de casi 70 metros de altura y que te recordará un poco a la Giralda sevillana, aunque es algo más antigua y ha perdido mucha de la decoración de sus fachadas. Hay una leyenda que dice que esta torre originalmente estaba rematada por cuatro esferas de oro hechas con las joyas de la esposa del sultán que la mandó construir como penitencia por haber roto el ayuno del Ramadán. Sea verdad o no, ahora tiene cuatro esferas de cobre que, aunque es una materia prima cara, no se acerca al valor del oro.
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Con la caída de la tarde empieza a calentarse el ambiente de la plaza El Fna. La gente aparece por todos lados y la misma plaza y las calles de los alrededores comienzan a ser ocupadas por puestos de casi cualquier cosa. Si no lo ha hecho ya, recuerda que tomarse un té en una de las terrazas superiores mientras la gente va tomando posiciones, es un gustazo y además, barato. No te lo pierdas.
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Y con este escritor de cartas me voy a pasar a la etapa siguiente. Lástima que no me escriba el texto que necesito para las fotografías que vienen ahora.
<Parte I>                                                                                                                                  <Parte III>