Cumplimos con Fes y ponemos rumbo a Marrakesh. Podíamos haber cogido la autopista que va al sur y que, aunque el recorrido es mayor, nos llevará cómodamente y más rápido hasta allí, pero hemos preferido viajar por el interior, por carreteras normales y así poder disfrutar un poco de lo que veamos a nuestro paso: Fes – Ifrane – Azrú – Jenifra – Beni Melal – Marrakesh. Bordeando las montañas del Atlas. Casi 500 kilómetros atravesando una infinidad de pueblos y aldeas, para los que vas a necesitar toda una jornada.
Si no conoces Ifrane te llevarás una sorpresa, porque te parecerá que has parecido de pronto en un pueblo de los Alpes. No te cuento más.
Y antes de dejar atrás las montañas del Atlas, pasarás junto a un mirador desde el que puedes observar el valle de Tigrira, una antigua zona volcánica en la que se puede aun ver los cráteres que aun resisten a la erosión. En invierno suelen estar llenos de agua, con lo que se forman una infinidad de pequeños lagos.
A partir de Azrú, la carretera se separa un poco de las montañas y discurre por tierras de secano. Según se aproxime o no al Atlas, es más o menos sinuosa. Y cerca ya Jenifra, discurre al lado de un río llamado Oum-Er-Rbiaa, que resulta ser el más caudaloso de todo Marruecos y que nace precisamente en estas parte de las montañas.
En cualquiera de los pueblos a tu paso encontrarás sitios donde comprar algo de carne y que te la pasen por las brasas en un momento. Verduras, frutas y té no te van a faltar.
En fin, paso de largo los kilómetros y kilómetros de carretera. Ahora mismo sólo me acuerdo de una recta exageradamente larga que hay una ver se pasa de Beni Melal y unos viñedos en miniatura que pude ver al lado de la carretera con su casa-bodega en lo alto de una loma. Muy a lo Falcon Crest.
Conforme nos fuimos acercando a Marrakesh, el paisaje va cambiando, y el regadío va dando paso al secano primero y al semidesierto después. Hasta que ya cerca de nuestra meta, aparece los primeros ejemplares del inmenso palmeral que Marrakesh tienen a su alrededor.
De la tranquilidad de la carretera al caos de la ciudad sólo hay un paso. Nuestra llegada debió coincidir con una hora punta y el tráfico de vehículos se parecía más a esas imágenes de la India que a Marruecos. Pero… paciencia.
Y todo llega. Tras dejar el coche junto al hotel, decidimos que hay que ver “la plaza” de noche: La Jemaa El Fna. Y hacia allí nos encaminamos ya de noche, aunque da igual porque el jolgorio dura hasta tarde.
Al parecer el nombre de Jemaa (reunión, usada para designar a las mezquitas) , se aplica a esta plaza debido a que antiguamente era el sitio destinado a las ejecuciones (El Fna), y las cabezas de los reos eran expuestas formando corros como si estuvieran en una “reunión”. Hoy es el lugar de reunión de todo Marrakesh: lo bueno y lo menos bueno. Pero es el sitio al que no se puede faltar si visitas la ciudad. Te aviso que la gente de los puestos es muy abierta y están deseando que te pares para hacer negocio contigo. Y aunque el centro urbano está repleto de sitios para comer, no puedes dejar pasar la experiencia de compartir mesa con gente de todos lados y comer al estilo berber. Un plato autóctono: cabeza de cordero al horno desmenuzada delante tuya; lo mejor, los ojos y los sesos.
Si sobrevives a la “noche de la plaza”, prepárate porque Marrakesh es grande y tienes muchos sitios que visitar.
Por lo pronto, la plaza ya ha cambiado de ropa. Si anoche no se cabía, ahora está casi despejada y quedan la mitad de los puestos y corrillos de ayer. De todas formas, tiene su cosilla también. Un buen sitio para desayunar y observar la marea de gente son las terrazas de las cafeterías de los lados.
Pero hoy vamos a aumentar nuestra cultura y vamos de visita al casco histórico de la ciudad. Lo primero que visitamos fueron las ruinas del Palacio Badi, según dicen, diseñado a semejanza de nuestra Al-Hambra. Y si digo ruinas es porque del palacio original del sigo XVI sólo queda una explanada sembrada de naranjos y una murallas que lo rodean. Sus riquezas, hoy, están diseminadas por la ciudad de Meknes. Cosas de la guerra y de sultanes victoriosos.
El segundo sitio que no puedes dejar de ver son los Jardines de La Menara. No son unos jardines como los que tú estás acostumbrado. Estos fueron construido hace ya más de ocho siglos y en él se van alternando zonas típicas de jardín de plantas ornamentales, con zonas e huerto y plantación de árboles frutales. Todo eso se mantiene gracias aun sistema de riego subterráneo que se aprovisiona del agua acumulada en ese gran estanque central, el que a su vez es alimentado por un sistema de tuberías que traen el agua desde las montañas situadas a más de 30 kilómetros.
Cerca del Palacio Badi, dando un pequeño paseo por la kashba en dirección a la puerta Aguenau, puedes visitar las tumbas de la dinastía Saidii (Saidiana). Fueron construidas hacia finales del siglo XVI y allí se enterraron varios sultanes y sus familias de esta dinastía, más sus servidores y funcionarios y personajes ilustres, que se reparten por el jardín. Aunque unos 100 años más tarde, un sultán de la dinastía Alauita, Mulay Ismail las tapió todas, permaneciendo en el olvido hasta principios del siglo XX. Lo que más llama la atención es la rica decoración de las salas de los sepulcros, en las que no falta las maderas talladas, los techos decorados, los azulejos y el mármol de Carrara.
Si has ido a pie desde la Jemaa El Fna hasta los jardines de la Menara has pasado por una plaza en la que se encuentra una de las mezquitas más emblemáticas de Marruecos: se trata de la Mezquita de los Libreros o Kotubiya, llamada así porque en sus muros exteriores se ponían los libreros de Marrakesh a vender sus mercancías.
Se trata de una imponente construcción de ladrillo y piedra levantada en 1158 por un miembro de la dinastía ultra-religiosa de los Almohades, que habían traído la yihad a Andalucía unos años antes.
Lo que más destaca del edificio es su torre, de casi 70 metros de altura y que te recordará un poco a la Giralda sevillana, aunque es algo más antigua y ha perdido mucha de la decoración de sus fachadas. Hay una leyenda que dice que esta torre originalmente estaba rematada por cuatro esferas de oro hechas con las joyas de la esposa del sultán que la mandó construir como penitencia por haber roto el ayuno del Ramadán. Sea verdad o no, ahora tiene cuatro esferas de cobre que, aunque es una materia prima cara, no se acerca al valor del oro.
Con la caída de la tarde empieza a calentarse el ambiente de la plaza El Fna. La gente aparece por todos lados y la misma plaza y las calles de los alrededores comienzan a ser ocupadas por puestos de casi cualquier cosa. Si no lo ha hecho ya, recuerda que tomarse un té en una de las terrazas superiores mientras la gente va tomando posiciones, es un gustazo y además, barato. No te lo pierdas.
Y con este escritor de cartas me voy a pasar a la etapa siguiente. Lástima que no me escriba el texto que necesito para las fotografías que vienen ahora.
<Parte I> <Parte III>
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