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sábado, 7 de marzo de 2015

Del Draa al Ziz (VIII)

Hoy, el día ha amanecido complicado. Además de aparecer un cielo encapotado como si fuera a llover, nos enteramos que la persona que tenía que apoyarnos con el coche (que se ha quedado en Tafraut), con la cerramos ayer el trato, no puede venir porque le ha surgido la oportunidad de conseguir una carga de leña y no es plan de dejarla pasar.
Pues bueno, qué se le va  a hacer. Lo primero es lo primero. Vamos a desayunar al aire libre, con una vista impresionante de un montón de kilómetros a la redonda.
Lo segundo va a ser darle de beber a los animales (jeje) que a mi amigo Enrique le hace ilusión sacar un poco de agua del pozo. No, es broma.
Como no nos vamos a ir más lejos sin resolver lo del coche, hemos decidido esperar a ver si a lo largo del día damos con alguien que pueda llevarnos de vuelta a Tafraut y nosotros mismos lo recogeremos. Mientras, daremos un recorrido por el desfiladero que nos han comentado en la otra entrada también hay un albergue. Nos acercaremos a ver cómo es.

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El desfiladero o paso de El Mharech no es muy lago (un par de kilómetros). Al otro extremo, el norte, se puede ver una especie de oasis con árboles y palmeras en abundancia (para el sitio donde nos encontramos). Y junto a ellos, existe otro albergue que, por las fotos, se puede ver que está en buenas condiciones también. Esa especie de muralla con torres redondas encierra un enorme patio alrededor del cual hay un buen montón de habitaciones (las torres, en realidad son los baños de esas habitaciones). Además tiene un par de salones anexos y otros patios.

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Cerca de la entrada norte donde estamos ahora existe un pequeño poblado con algunas familias que aun viven aquí, aunque muchos huertos y casas se ven bastantes abandonadas.
Incluso sobre el dintel de la puerta de una vieja casucha se observa escrito a mano las palabras café, té y coca (jeje), aunque no veo muchos parroquianos por aquí. No será temporada alta, supongo.

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En fin, lo mejor es que nos dediquemos a disfrutar del paisaje en el que estamos y en observar los pocos signo de vida animal que puedo encontrar. Sólo algunas pisadas de algún pajarillo (¿un bubisher?), de ratones junto a su guarida, de algún escarabajo “mecanizado”, de una lagartija que arrastra la cola o de otro animal (¿pájaro?) que lo hace de forma intermitente. Y no me preguntes de quién son esas huellas triples porque no tengo ni idea.

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También circularon por el paso varios camiones cargados de mineral, junto con pasajeros alojados en coches-cama sin el menor problema.
También tropecé con algunas rocas curiosas, como un trozo de caliza procedente de alguna oquedad de la paredes del desfiladero. Y lo que me pareció un hacha de mano prehistórica por la forma en que estaba tallada.

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El día pasaba y no veíamos la forma de encontrar transporte. Afortunadamente, a mediodía ya, encontramos a un motorista con el que acordamos el precio (unas gafas de sol y un tanque de gasolina) y ahí me tienes recorriendo el desierto en una moto de fabricación china, muy populares por esta parte del mundo. Una experiencia más para contar.
El caso es que un buen rato más tarde, ya teníamos mi viejo Land Rover con nosotros, aunque hoy no teníamos la baraka de nuestro lado y se hizo necesario un inesperado cambio de herraduras.

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El caso es que ya se nos había cortado el buen rollo y decidimos coger el coche y dormir esa noche en Merzuga. La verdad es que calculé muy justo el tiempo para llegar a Tauz (donde ya empieza el asfalto) y casi nos coge la noche por las pistas. Menos mal que ya no tuvimos ningún contratiempo más que nos hiciera retrasarnos. Aunque sí pudimos disfrutar de una puesta de sol como sólo se puede ver en el desierto. Pero poco a poco.
Para mí, el punto negro de la ruta (cuando la haces en coche) es el cruce del río Rheris. Si hay agua, olvídate. Y si no la hay, son varios kilómetros de arena batida por el paso de vehículos, para cruzar el cauce que, en algunos puntos se ha convertido en un lecho profundo de polvo fino que hace que el coche entierre el morro en él. Las veces que he pasado ha sido el único sitio donde me sube la adrenalina, sobre todo porque siempre he venido solo, sin el apoyo de otros vehículos.
Pero bueno, afortunadamente pasamos sin demasiada dificultad y en poco tiempo dejamos Er Ramlia atrás.

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Después de pasar por la roca del mono, comenzamos a recorrer el cauce de Ziz. Se reconoce enseguida por el color blanco de la tierra compactada del fondo de río.
Para mí, hay un punto aquí que es el más bonito de todo el recorrido y que yo no puedo evitar imaginármelo en su estado primitivo, antes de los cambios del clima que hicieron que esta región del Sáhara se desertizara.

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De aquí hasta Ouzina y de Ouzina a Taouz se nos hizo un paseo. Pudimos disfrutar de algunas vistas extraordinarias y de juegos de luces y colores fuera de lo normal. Y aunque llegamos tarde a nuestro destino, llegamos satisfechos.

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sábado, 28 de febrero de 2015

Del Draa al Ziz (VII)

Hoy se nos pego un poco las sábanas y cuando emprendemos la marcha, el sol ya estaba fuera. Ahora es el final del invierno y el calor no es un problema. En todo caso el problema puede venir del frío por la noche. Pero aunque el sol no calienta demasiado, la luz y el tiempo que tenemos que estar a pleno sol, sí hace mella en nosotros. Nunca agradeceré bastante a ese pedazo de tela azul que llevo en la cabeza lo que me ha ayudado a mantenerme fresco.
De todas formas, tampoco nos ha venido mal salir un poco más tarde de lo previsto porque esta ruta es la preferida por los camiones y motos que van hacia una zona minera que hay más adelante. Y así los hemos evitado a todos.Bueno, a todos no, porque hemos visto a unos cuantos rezagados.
Desde Tafraut salimos por una especie de paso entre las motañas que hay hacia el Este. Aunque es una zona pedregosa, más parecida a la hamada de ayer, eso acaba pronto. En cuanto las montañas se separan y aparece la hondonada de esta especie de valle, el paisaje cambia. Hay más zonas arenosas y la vegetación, aunque escasa, siempre está presente. Puede ser también por la época del año.
Hemos podido observar algunos asentamientos humanos, aunque ya prácticamente en ruinas. Y restos de palmeras sembradas exprofeso, por lo que es seguro que hace tiempo estaría bastante más poblado que hoy.
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No muy lejos todavía de la entrada, pudimos observar un profundo pozo de los se hacen por aquí, sin brocal y sin entibar.
Se veían muchas huellas de aves de mediano tamaño (seguramente perdices o pintadas/gallinas de Guinea), pero yo no vi ninguna de volar o correr por la zona.
Una cosa me llamó mucho la atención fue la cantidad de lascas de sílex trabajadas por la mano humana que se podía ver, mezcladas con los guijarros del suelo, lo que hace pensar que estos sitios estuvieron densamente poblados en la Prehistoria.
También, el origen volcánico de estas montañas hace que abunden los minerales y las rocas, algunas curiosas, fuera de lo común. En las montañas cercanas me consta que hay minas de Baritina (un mineral utilizado para extraer el Bario), excavadas de una forma bastante precaria a mi entender. Algunas noches se pueden ver y escuchar las caravanas de camiones que llevan el mineral, supongo, hasta una zona cercana a las carreteras. De todas formas, la minería es una actividad que cuenta en esta zona del sur de Marruecos con bastante dedicación; no es raro ver al lado de una tienda de pastores nómadas algún comprensor industrial del tamaño de un quiosco.
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Aproximadamente hacia la mitad del valle hay una depresión entre las montañas que forman un paso natural hacia la parte del lago que se extiende detrás de ellas.
En este paso hicimos un descanso y se nos acercaron algunos niños cuya familia estaban viviendo en unas tiendas que encontramos cerca ya del final del paso. Solo pudimos ver cuatro niños que se encargaron de “entablar relaciones comerciales” con nosotros (aunque en nuestra mochilas no llevábamos nada que les interesara) y de mantener reunidos algunos animales que andaban por allí. Más tarde, al atardecer, pude observar a lo lejos a las niñas que se acercaron a un pozo cercano a dar de beber a un rebaño de cabras. No muy lejos de sus tiendas encontramos más tarde, junto a lo que debe ser la orilla del lago, algunas casitas de piedra destinadas seguramente a encerrar durante la noche a los animales.
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Y llegamos, por fin, a la orilla del lago. Frente a nosotros está el Desfiladero del Mharesh, otro paso natural que comunica esta zona con otra ya algo más poblada que se sitúa al norte de esas montañas que cierran esta área inundable. Para que te hagas una idea, el lago que encontramos en Tafraut sube al norte hasta las montañas del Mharesh y luego gira al Este, hacia el cauce del río Rheris (junto a Ramlia), pasando por donde estamos ahora. Aquí, el desfiladero hace de “desagüe” de otra zona inundable situada al norte.
Esta noche también dispondremos de albergue. Y además de uno singular. Situado en lo alto de una loma, más parece un pequeño ksar fortificado que un hotel. Está abierto todo el año y, aunque no tiene un mantenimiento exquisito, es una joya dado el sitio donde estamos. Dado el color terroso de la construcción, es casi imposible verlo a simple vista, por eso te dejo una foto en blanco y negro con el albergue a color.
Sólo nos queda atravesar el cauce del lago, pero eso significa todavía un par de horas de marcha. Las distancias en el desierto, engañan.
También engaña la aparente uniformidad de la superficie de tierra blanca compacta que es el fondo del lago. Ni es uniforme, ni es tan compacta en todos lados. A los cauces de las escorrentías que se forman cuando llueve y que están hundidas con respecto a la superficie (en ocasiones hasta más de un metro), hay que sumar las zonas arenosas y las zonas embarradas, que conservan la humedad y que puede hacer que un coche se hunda hasta la mitad. Por eso hay que conocer bien la zona si circulas sobre ella.
En esta ocasión, la superficie muestra todavía las señales de las últimas lluvias. Y hasta pudimos observar como  la vegetación luchaba por salir entre las grietas del barro.
Este punto es muy transitado. Además de las caravanas de coches 4X4 que circulan entre Merzuga y Zagora, en ambos sentidos, no es raro cruzarte con camiones de mineral, mineros y trabajadores del campo que van y vienen en sus motos chinas. Y hasta un recovero con sus mercancías, solo que a lomos de dromedarios.
Hasta pude ver las huellas de un grupo de ocho caballos que llevaban nuestra dirección y que habrían pasado poco tiempo antes. Luego supimos que se trataba de un grupo de europeos que viajaban a lomos de estos animales, junto a su guía local.
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En fin, nuestros pasos acabaron junto a la puerta de este bonito albergue, donde descansamos con un buen té amargo sureño y donde pudimos soltar a nuestras pasajeras, compañeras inseparables desde el mismo momento que descubrieron la buena temperatura que conservan los plásticos de nuestros equipos de viaje.
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A la hora de cenar ¿quién se acuerda de los esfuerzos de por la mañana?
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