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martes, 5 de julio de 2011

Bezana – Santillana del Mar

Ésta de hoy va a ser una de las etapas más… extrañas de cuantas voy a hacer en este viaje. Lo que empieza en una zona relativamente pacífica y tranquila, termina siendo un enorme caos por obra de un puñado de industrias que voy a encontrar a mi paso.

Se sale de Bezana en dirección a Boo de Piélago, un nombre precioso para una pedanía agobiada por las nuevas construcciones que por el aspecto parecen segundas residencias. Algunas guías cuentan que antiguamente aquí había una barca que te cruzaba la ría. Hoy no hay ni rastro. Lo que hay es un puente ferroviario que muchos caminantes se arriesgan a cruzar para ahorrarse unos kilómetros ¡como si aquí hubiéramos venido a ahorrarnos caminar!

Por lo que a mí respecta, dejo el dichoso puente del tren a mi derecha, cambio de dirección y empiezo a subir la ría en dirección a Puente Arce, que es el primer sitio donde se conserva el puente que ya cruzaban los peregrinos en el siglo XVI.

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En la actualidad, el puente se conserva tal cual, si no fuera por esa capa de asfalto que resulta algo verdaderamente grotesco al lado de esas piedras centenarias. El mal gusto debería ser delito en algunas ocasiones.

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A partir de aquí, se sube hasta un pueblo llamado Mogro, y empezamos a caminar por una zona de colinas que no dejan de recordarme a la campiña inglesa del sur, si no fuera porque alguna fauna, como esa cría de lagarto ocelado que me encontré un poco fuera de su sitio en una cuneta, me recuerda más a mi tierra andaluza.

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A mitad del camino, más o menos, y sin previo aviso, te encuentras con esa tubería que te corta el paso. Por un lado se pierde de vista; por el otro también. Bueno, ya estaba sobre aviso. Y es una premonición de lo que se me viene encima.

Se trata de unas conducciones de una empresa química llamada Solvay cuyo objetivo (según ellos) es fabricar ácido clorhídrico, agua oxigenada, bicarbonato sódico, carbonato sódico, cloro, hidrógeno, hipoclorito sódico, sal, salmuera, cloruro sódico y sosa cáustica y la que, además de las instalaciones propias para producir todo eso, cuenta con su propia central térmica de carbón, gas y gasoil para producir la energía necesaria para esos procesos. Como verás, algo que da la impresión de ser limpio, nada contaminante y poco agresivo con el medio ambiente (¡!). Así que no me preocupo de saber qué circula por esos tubos y sí de pasarlos lo antes posible.

Para que te hagas una idea de los kilómetros de su longitud, te los he fotografiado completos:

P1020025 Desde yo me los encontré hasta lo alto de la loma.

P1020026 Desde lo alto de la loma, hasta la curva de la bajada.

P1020027 Desde la bajada hasta la curva de la ría.

P1020028Y desde la curva de la ría, hasta donde entran en una factoría al final del camino.

A partir de que llegas a su final, te ves envuelto en el caos de una zona industrial. Carreteras y circulación a tope, desmontes, aguas sucias, pantanos en proceso de relleno, chimeneas, sirenas, polución y olores raros, escombreras…

Así que fotografío a esa pobre garza (vaya zona que le ha tocado vivir), paso de Requejada, Polanco, sus Calderón de la Barca y su albergue, acelero el paso y cojo rumbo hacia Santillana con la esperanza de llegar lo antes posible.

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Mañana será otro día.

domingo, 3 de julio de 2011

Güemes – Santander - Bezana

La etapa “oficial” de hoy llegaría hasta Santander. Pero pasa un par de cosas: la primera es que Santander está a menos de 20 kilómetros y eso es muy poca distancia para una jornada. Y lo segundo es que  a mí no me apetece quedarme en una ciudad grande. Así que voy a seguir 9 o 10 kilómetros más hasta un pueblecito llamado Bezana. No hay albergue allí pero me han asegurado que hay un par de hostales muy apañados. Así que despedida de Ernesto y carretera y manta.

Así que hoy voy a pasar de camino oficial y voy a coger un camino que no tiene posibilidad de extraviarse uno: la costa.

Al poco de salir de Güemes llegamos a lo alto de una loma desde donde ya se puede vislumbrar una mancha en el horizonte que se corresponde con Santander. Estoy muy cerca de un pueblo llamado Galizano. Las flechas señalan la propia carretera nacional, pero yo me desvío hacia el mar hasta salir a una hermosa playa que por estas fechas es casi para mí solo. Justo en el borde, hay una vereda que te invita a seguir por ella.

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Poco a poco vas adelantado terreno. Dejas atrás la playa y comienza una zona de acantilados no muy altos pero que también guardan una gran belleza. Estamos en los días  de la rebelión en el Magreb y alguien no se ha podido aguantar aplaudir estas iniciativas colocando una bandera de Argelia en una zona singular.

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Mientras, aquí la vida sigue igual. Un campero corta y amontona la yerba verde con ayuda de un tractor que arrastra la máquina encargada e hacerlo. No sé, yo no soy un experto en esto, pero me parece que esta técnica tiene que afectar negativamente en muchas de las especies autóctonas de pajarillos y otras aves que anidan en el suelo por estas fechas. ¿No se puede cortar la yerba más adelante? De todas formas la desgracia de unos es la fortuna de otros (hay que joderse), y una multitud de oportunistas milanos negros planean sin descanso alrededor del tractor agarrando todo lo que se mueva.

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En eso estoy cuando al subir un repecho me encuentro casi de sopetón con esta vista. Parece que Santander está al alcance de la mano, pero no hay que dejarse engañar. La costa va haciendo entradas y salidas, por lo que aun queda un buen puñado de kilómetros.

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Desde luego que las vistas son impresionantes. Da idea de la grandeza de la naturaleza viendo a este pescador de pie en la roca.

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Sigo mi camino y un poco antes de llegar a uno de los laterales de  la bahía de Santander, tengo que cambiar el rumbo en busca de la kilométrica playa de Somo. Me armo de paciencia y a disfrutar: me quito las sandalias  y dejo que mis pies se refresquen con el agua de Cantábrico. Mi imagen con la mochila choca un poco con los paseantes que me cruzo, pero ¡eso es lo que hay!.

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Ya casi llegando al final, puedo sacar buenas vistas de los faros existentes a la entrada de la bahía y del Palacio de la Magdalena desde la orilla contraria.

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En Somo apenas hay que entrar, ya que voy a utilizar el barquito que cruza hasta Santander en vez de rodear toda la costa, y el embarcadero se encuentra casi al fina de la playa.

Una espera corta y llega enseguida. Al momento, un paseo por el agua y te encuentras en medio de la capital, rodeado de gente por todos lados.

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Casi llegando ya a la orilla, me fijo en la muralla de cemento que la recorre y me llama la atención una casa azul de cuatro plantas que sobrevive a sus hermanos mayores que parecen que la comprimen como si quisieran aplastarla. Después de todo resulta cómico.

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Al final, salir de Santander ha resultado más pesado de lo que pensaba. menos mal que la parada para comer me ha permitido recuperar fuerzas.

Casi sin acabar una pesada y fea zona industrial paso por un pueblo llamado Peñacastillo (ya te puedes imaginar por qué). Y de  aquí a Bezana sólo queda un pequeño tirón más.

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Ahora, a coger un sitio para pasar la noche. Una ducha, una buena cena y a dormir como un rey en una habitación para mí solo. Todo un lujo para un peregrino.