jueves, 7 de diciembre de 2023

La costa de los acantilados

La costa atlántica norte-africana cuenta con innumerables kilómetros de grandes acantilados . El océano hace sentir aquí su inmenso poder.

Dajla no es una excepción, pero al contar con su bahía protegida por una barra de roca, se forma en su cara interna unas zonas arenosas propicias para el arribo de botes pequeños de pesca artesanal. Es la zona denominada la Sarga. Allí se acumulan cientos de botes pintados todos de la misma forma y con los mismos colores, como si fueran soldados uniformados. Son botes pesados, con la proa muy levantada, que se ayudan para salir y entrar del agua de tractores modificados para esa finalidad. Alguien me comentó que la pesca reina es la corvina. La cara negativa de esta actividad la pone la emigración irregular. Canarias no pilla lejos.

Regresamos a la ciudad de forma directa, atravesando la zona despoblada que hay en este extremo de la barra. Sin darnos cuenta pasamos rozando la zona donde se acumula toda la basura que se origina en Dajla. No sé qué harán con ella y no me voy a esperar para enterarme: el olor que despide es algo que ya tenemos olvidados los europeos. 

Lo que si veo al recorrer las calles esta mañana es que hay una multitud de operarios del servicio de recogida de basura por todos lados. La opinión que ayer me formé no me sirve ya. Han recogido la basura que había diseminada por cualquier lugar y todo tiene otra cara muy diferente. Quizás esta sea la forma de actuar aquí: tirar la basura a la calle para darle trabajo a un puñado de personas limpiándola después.

Recorro el paseo marítimo con tranquilidad. Hace buena temperatura y el viento ha amainado. Un desayuno en una terraza mirando al mar es un placer. Así que hay que aprovechar el momento.

La despedida de Dajla se produce al final de la barra, a la altura de la Isla del Dragón que hoy luce mejor a pleno sol

Hoy, la ruta sigue la carretera costera hasta el Aaium. Si por mi fuera, me iría parando a cada momento. Las vistas son impresionantes y los sitios se suceden uno tras otros. Me he decidido por uno que tiene toda la pinta de ser un buen mirador. Hay una pequeña casita de piedra en ruinas que debió servir para vigilar la costa o como refugio de pescadores. A un lado y a otro, un inmenso acantilado que produce vértigo asomarse a él, pero al que nadie se puede resistir.

Todo el camino está salpicado de aldeas de pescadores de todos los tamaños. La mayoría parecen formados alrededor de algún punto de fácil acceso para las barcas, que se juntan unas a otras en la zona más protegida de la playa. Me fijo que siempre hay un edificio moderno junto a cada punto de embarque. Eso me llama la atención, así que decido entrar en el próximo que vea.

Algunos kilómetros más adelante aparece una gasolinera y un cartel que indica la existencia de uno de ellos. Aquí hay algo más que un edificio. Arriba, en lo alto del acantilado, hay un montón de instalaciones con toda la pinta de ser algo gubernamental, pero no hay barreras ni nada por el estilo, así que sigo y bajo al pueblecito pesquero. Allí sí, hay una barrera con vigilantes que, tras los saludos de rigor, me permiten el paso. 

Hay gente por todos lados. Parece que la jornada de pesca se ha acabado y todos recogen los arreos del trabajo y los guardan en los sitios que tienen para eso. No veo pescado por ningún lado, por lo que deduzco que ya lo deben de tener arriba en la lonja. Pero bueno, ya que estoy, curioseo un poco y hago algunas fotos a todo lo que me parece bonito. Al poco veo bajar deprisa a alguien que parece que viste un mono militar, así que me doy prisa y tomo fotos a mi alrededor: las piedras, las olas la gente jugando al fútbol, a los gatos... Me hace señas y veo que detrás viene casi corriendo un gendarme... eso quiere decir que "prohibido y a la calle". El militar se interesa por las fotos y le enseño los gatos, las olas, las piedras y el fútbol, con lo que se convence que yo no tengo nada que ver con la KGB ni nada por el estilo, cojo el coche y para la puerta. Allí paro y pregunto a los vigilantes si son buenos musulmanes. Y como me dicen que sí, les regalo un zumo de fruta a cada uno (la otra opción era una Alhambra fresquita).

A la altura del Cabo Bojador, es obligado dejar la carretera un rato y entrar en el pueblo. De los pocos que no han cambiado el nombre, aunque allí se pronuncia "bugdur". El pueblo no está mal. Pequeño y limpio aunque la factoría de harina de pescado me trajo a la memoria la que hay en Tarifa y la que hubo antes en Ceuta. La calle principal hierve de gente y no se puede pasar sin sentarse un rato en una terraza con un buen café delante.

No falta mucho para llegar al puerto de El Aaium, así que uno se puede permitir el lujo de parar un momento en el Restaurante Manolo, aunque sólo sea por decir que se ha estado en él.

Una hora más o menos después, aparece Marsa, el terminal de la cinta que trae el fosfato desde la mina de Bucraa, seguido de la zona industrial del puerto. Una zona fea que hay que pasar rápido. La mayor pena es que no es hora de cenar todavía: la visita al mítico restaurante Josefina queda para otra ocasión.

La ruta continua por la costa, pero nos apetece visitar El Aaium, así que seguimos la carretera hasta la capital del Sáhara Occidental. Mañana volveremos a este punto y continuaremos desde aquí.















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