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sábado, 14 de diciembre de 2013

Chefchauen-Azilán-Akchour – Vereda abajo

Amanece, que no es poco, que dirían el cabo Gutiérrez y el resto del pueblo en la película de Cuerda. A mi, un agujero en la ventana me anuncia que el sol ya está casi fuera, proyectando un punto de luz en la pared de enfrente.
El día está fresquito, de momento. Algunas nubes que llegan desde el océano se quedan enganchadas en los picos más altos a mi espalda, mientras que una niebla mañanera da una apariencia casi irreal al fondo del valle.
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Durante el desayuno (que bueno el café de pucherete) me entero que además de la ruta oficial río Farda abajo, hay otra menos transitada y que utilizan principalmente los paisanos que quieren llegar a Azilán y alrededores sin tener que pasar por Chefchauen. La verdad es que no me imagino para qué quieren hacer eso (Guiño). Me dicen que es más salvaje e incluso hay tramos que podían considerarse peligrosos por sus pendientes y por un piso pedregoso. Además, al ser poco transitada, sufre el mal de todas las veredas: la vegetación casi la hace desparecer en algunos tramos que más que verse, se intuye.
El hecho de conocer varios ecosistemas de una sola tacada, la verdad es que me pica la curiosidad y aunque me perderé este viaje la cueva y lago de Ain Danu y el Alkantara Allarabí, porque pasaré junto a ellos pero más arriba en la montaña o por una garganta diferente, me decido por esta vereda. Para la otra siempre habrá tiempo. Y puede que no tarde mucho si hay suerte.
Desde el mismo refugio de Azilán, hay que regresar un poco por el camino de entrada y tomar una vereda que atraviesa los campos de cultivo en dirección norte hacia la línea de pinos que se ve enfrente. La vereda cruza una pequeña garganta y sigue a media falda un buen tramo a través de espesos pinares, algunos de tamaños más que respetables.
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Cuando comienza el descenso por la segunda garganta, el bosque comienza a cambiar. Los pinos van quedando atrás y en su lugar aparecen grandes encinas y quejigos mezclados con la típica vegetación de laurisilva. A veces hay que andar por verdaderas galerías y túneles entre la vegetación.
Por la noche ha caído una tormenta, aunque ha hecho más ruido que otra cosa, ha dejado algo de agua en el suelo y ha servido para refrescar a las plantas y, de paso, hace más fácil el andar por estos parajes.
Por el camino se ve restos que han ido dejando las reatas de mulas que ha pasado por aquí, aunque de eso hace ya tiempo, por el aspecto que tienen. Y algún que otro cartoncillo de zumo, o alguna tapadera de plástico, me hace pensar que no ha sido precisamente alguien ajeno a la zona el responsable de eso. En algunos tramos he visto los rastros frescos de algún que otro jabalí, por lo que me supongo que es posible que la vereda también sea transitada por cazadores. El Islam prohíbe el cerdo, pero no su cacería, así que no será raro que los domingos esto esté algo más concurrido de lo habitual.
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Al final de este tramo salimos del bosque cerrado y comienza una ligera subida por la ladera de la montaña entre matorral mediterráneo. Lo mejor son las madroñeras que te invitan a realizar innumerables paradas para llenar las manos de los frutos más maduros y tiernos.
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En varios puntos se puede disfrutar de una vista impresionante sobre la garganta del río Farda. En su punto más alto estoy a la altura del Puente de Dios, pero no es posible divisarlo desde aquí. Lo que si se ve claramente es la ladera contraria y cómo la deforestación provocada por los nuevos campos de cultivo le van comiendo terreno a la vegetación natural.
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Conforme voy subiendo me doy cuenta que la vereda se va estrechando y hay que empezar a abrirla a la vez que se camina. Cuando empieza la bajada, el suelo toma una fuerte inclinación que obliga en ocasiones a realizar tramos como si de una escalera se tratara. Y lo peor es que apenas se ve el suelo debido a lo espeso del monte. En la ladera de enfrente, se aprecia claramente de nuevo la vereda y como se dirige hacia la siguiente garganta tras la que comienza una zona abierta de cultivos..
En lo más espeso de este tramo me cruzo con dos personas que suben en dirección a Azilán acompañados de un perro que se asusta con el encuentro y se niega a seguirlos durante un buen rato. Al final, se busca su propio camino aunque no deja de ladrar el muy perro. Como era de esperar es gente del terreno. A pesar de no tener un calzado fuerte y llevar las cosas prácticamente en bolsas colgadas a la espalda, suben si mostrar el menor esfuerzo y a una marcha más que respetable. Háblales a ellos de tendinitis, ampollas y otras tonterías.
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Cuando llego por fin al fondo de la garganta me doy cuenta que hasta allí ya ha llegado el arado. Todo la zona arroyo arriba se encuentra ya limpia de matorral y esperando para la próxima cosecha. Y justo frente a donde me encuentro hay una salida entre los matorrales que marcan el comienzo de la vereda hacia lo alto de la cara contraria.
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Durante la subida puedo ver mejor la falda por donde acabo de bajar y una línea entre los matorrales que marcan el camino de bajada que acabo de hacer.
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Al frente, a lo lejos, una curiosidad. En unos abrigos entre las rocas del monte que estoy atravesando se aprecia cómo han apilado haces de plantas contra las paredes. Se trata sin duda de un secadero de marihuana que sólo puede verse desde el sitio donde estoy, por lo que queda totalmente disimulado y no necesita cerramiento alguno. Aunque pienso que estará vigilado día y noche. Lo que sí es seguro que con toda seguridad es una cosecha que no será de primera calidad, ya que esta planta necesita secar en la mayor oscuridad posible, con el fin de el proceso genera la mayor cantidad posible de THC, la sustancia psicoactiva por la que es tan apreciada.
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Una vez se corona la colina, se pasa a una nueva garganta tras la que comienza una zona completamente arada. Hay que pasar por medio de las parcelas en la que se ve cómo, además del monocultivo acostumbrado, han sembrado olivos, almendros, higueras blancas y negras… que bien merecen alguna que se les haga una visita aprovechando que no se ve a nadie por los alrededores.
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Mientras doy cuenta de un puñado de higos negros estupendos, un rápido descenso por el camino y se sale a una zona que bien podía ser un mirador. No sólo se ve las montañas entre donde estoy y el mar, sino que a la izquierda, a lo lejos, está la mole del Ybel Kelti, una de los tres o cuatros montañas más alta de la zona del Rif (casi los 2000 metros). Y justo debajo, un valle que viene a terminar  junto al cauce del Farda, en el punto que está la meta de hoy. Como se puede ver, ya queda lo más fácil.
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Por el valle están diseminadas las casas de Ouslaf, el pueblo al que hay que dirigirse ahora. Akchour queda oculto detrás de la montaña que tenemos enfrente, aunque algunas de sus casas se ven allá abajo, junto al río.
La existencia de abundante agua se deduce por el verdor de sus campos, teniendo en cuenta que estamos en una de las épocas más secas del año
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Cuando se aproxima uno a las primeras casas se ve como todas (o casi) las azoteas del pueblo están siendo utilizadas como secaderos de las plantas de cánnabis. Y algunas están francamente llenas. En alguna se ven a adolescentes sentados supongo que vigilando la cosecha, ya que se ponen en tensión si ven a un guiri con máquina fotográfica.
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En algunas parcelas se sigue recogiendo plantas, trabajo en el que colaboran toda la familia en algunos casos. Con ayuda de una especie de hocino o calabozo pequeño se va cortado la parte de la planta que tiene flores y hojas, dejando el carrizo en el terreno. Algunos, los niños o jóvenes, se encargan de ir amarrando los haces de plantas y subirlos a lomo de algún mulo para transportarlos al secadero. En algún caso, las plantas se llevan al pueblo a la espalda, como es el caso de esta mujer que acusaba claramente el calor del mediodía.
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Un descampado al lado mismo de la mezquita del pueblo hace las veces de zona multiusos (mercado, era, aparcamiento de mulos…) así que es un buen sitio para hacer una parada a la sombra de un gran árbol que hay allí y disfruta de algo de fruta para combatir el calor.
Los niños que salen del colegio te miran con curiosidad, pero alguna gente joven y adulta lo hacen con un poco de recelo, incluso responde entre dientes a tu saludo, como si no quisieran hacerlo. No así la gente mayor que esta sentada tranquilamente, charlando entre ellos o fumando un poco de kifi, que te saluda abiertamente y en voz alta. La verdad es que estas cosas no me pasan a menudo.
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En fin, acabo un hermoso pero que pillé esta mañana en casa de Abdelkader y sigo la marcha. El agua está siempre presente (incluso veo una zona encharcada en la parte baja) lo que me lleva a pensar que es la responsable del tamaño que alcanzan aquí algunos olivos. Por lo menos tienen que ser centenarios.
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En un recodo se ve ya las instalaciones de la presa del río, lo que indica que la carretera está ya cerca. Por el camino se pasa por la puerta del refugio de Akchour, que reconocerás desde lejos por su paredes de piedra.
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Y un poco más abajo, el carril se une a la carretera en una zona muy animada. Taxis, turistas, comerciantes… y varios bares y restaurantes que es lo que necesito yo a esta hora. En el primero de ellos, uno pintado de un “discreto” azul, hay una amplia terraza trasera que da al río. Y en ella voy a dar cuenta de una apetitosa bisara (un puré/sopa de habas que se come con el mismo pan) y un tajín de carne mientras descanso y espero que llegue el Land Rover que me tiene que devolver a Azilán.

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jueves, 31 de enero de 2013

Un paseo por el Rif

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¿Quién, a estas alturas, no conoce el sitio dónde se han tomados estas fotos? Pues sí, es Chauen. O Chefchauen, como en realidad es, porque los picos que hay que mirar son dos y no hay por qué olvidar a uno de ellos, aunque el nombre nos suene más familiar. Shifshawen o Chefchauen nosotros lo traduciríamos por “Mira los cuernos”, que son los dos picos que resguardan al pueblo por el noreste y que serán nuestro primer objetivo mañana.

Hemos llegado cuatro amigos esta tarde de final de primavera y Chefchauen nos ha recibido con esa bonita luz del atardecer que contrasta con los azules de sus fachadas o los verdes de sus montes.

Nuestra intención es conocer las pistas que atraviesan estos montes y las posibilidades que tenemos de venir más adelante y recorrerlas a pie. Y por eso venimos motorizados.

Por la mañana, el Kalaa y el Sfiha Telj, las dos montañas, proyectan su sombra sobre nuestras cabezas. Yo diría que hasta te ponen un poco los pelos de la nuca de punta saber que esos dos gigantes te están observando.

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La obra de los humanos quedan empequeñecida sin remedio ante la Naturaleza ¿Qué son la imponente muralla de la medina o la vieja mezquita comparándolas con la montaña?

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Desde el camino de subida al Tisemtale, Chefchauen se derrama por la ladera del monte todo él alrededor de una apretada medina como era de esperar de un pueblo de la Andalucía del Sur, en el centro de la cual está la plaza de Al Hamman, haciendo equipo con la alcazaba y la mezquita y su torre hexagonal.

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Pero no es momento de mirar abajo demasiado tiempo. Los motores están calientes ya y comenzamos la subida sin tardanza, que el día es corto y el camino largo.

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El carril está formidable. La temporada seca ya lleva tiempo que empezó y aunque aun hay tramos que están siendo reforzados por grupos de obreros, en general está muy bueno y cómodo.

A nuestro lado van pasando algún que otro sembrado de Hashísh (María para los amigos) que ya levantan del suelo más de una cuarta y que dan un verde más fresco a estos duros montes. Y alguna roca curiosa como esta cabeza de Gallina de Guinea que parece a punto de caerse sobre los que pasamos por allí.

Y poco a poco, vamos repechando curva tras curva, hasta llegar al punto más alto, el puerto de Chouihate (a casi 1800 metros), situado entre el Kalaa y el Sfija Telj, y desde el que se puede observar ya el mar y las montañas de la costa andaluza allá a lo lejos en el horizonte. Justo en la orilla del agua, el poblado de Oued Laou, al final del valle que forma el río, aproximado gracias al zoom de la máquina fotográfica.

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En la cara Este de la montaña, los Pisapos (Abies pinsapo), Sabinas (Juniperus phoenicea) y Encinas (Quercus ilex) se disputan las laderas con algunos tipos de pinos.

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Y al sur, a lo lejos, el Ybel Akra (El Calvo, por su cima desprovista de vegetación), una de las mayores cimas de la zona.

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Descender un poco por la pista y encontrarte dentro del valle de Azilane es sólo un momento. O por lo menos a mí me lo pareció. Aquí hay que volver en pleno invierno, cuando la nieve cubre esta zona. Debe ser algo digno de disfrutar el poder pernoctar en su refugio y poder ver el cielo desde aquí.

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Un descanso y una mirada atrás al carril ya recorrido por la falda trasera del Kalaa.

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A nuestros pies, lo que a mí me parece que es uno de los brazos de la garganta del Ferda (de la que te contaré algo en otro momento).

Por casi todos estos montes, a pesar de la lejanía y de la altura, o a lo mejor por eso mismo, se ven salpicados algunos campos de hashish. Algunos en terreno impracticables. Y el desmonte sigue. Seguramente “los mercados” (queda más fino que decir las mafias) siguen presionando en el bolsillo de estos campesinos que van arañando día a día trocitos de montes públicos en los que dedicarse a este cultivo.

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Y enfilamos la segunda parte de nuestro paseo rifeño. De Azilane ponemos rumbo a Imizzar , el siguiente poblado en esta parte de las montañas. Es también muy pequeño, pero cuenta con su refugio, lo cual es muy interesante a la hora de andar por estas sierra.

Llegamos a una hora en que ha finalizado la escuela y la chiquillería anda de correrías por los alrededores. Y dos coches de “forasteros” es un entretenimiento que no se puede dejar escapar. Mientras, sus madres se encargan de las labores del campo y algunos hermanos mayores, se dedican a cuidar unas pocas cabezas de ganado que mantiene en su sitio a base de pedrada va y pedrada viene.

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Desde aquí tenemos que volver a subir hasta los 1400 metros, y entramos por uno de los lados del parque natural del Talassemtan. Lo recorreremos por encima de las cretas desde donde se tiene unas vistas impresionantes hacia el Sur y el Este. La garganta que tenemos bajo nuestra es algo que sobrecoge por su profundidad y por lo agreste de su aspecto.

Durante nuestro paseo por esta parte, he podido observar algunas plantas que yo no he visto en la otra orilla, como este pequeño arbusto con frutos con aspecto de uva. Y no te quiero decir nada de algunos ejemplares de Cedro del Atlas (aunque aquí están el el Rif :-): no tienes nada más que comparar el diámetro del troco con los animales que hay a su lado.

Llegamos a un punto en el que un puerto de montaña nos permite acceder a ambas vertientes. Por un lado el mar, ahora casi al alcance de las manos, en cuyas orillas se podían ver las casas de lo que creo que son Targa y Stehat, dos pueblecitos costeros. Y por el otro se alcanzaban a ver los dos picos de Chefchauen, pero por la cara opuesta a la población y parte de la larga pista que hoy estamos recorriendo.

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Atravesamos nuevos bosques de cedros y pinsapos, donde pudimos ver la vitalidad de estos árboles por sobrevivir al acoso a que están sometidos por parte de los humanos.

La altura de algunos ejemplares era tal que a su lado parecíamos simples bichitos sin importancia. Sus ramas eran como tejados bajo los cuales te sientes seguro. Y algunas de sus raíces se asemejaban a grandes ojos que vigilan tu paso por su terreno.

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Aunque en realidad, quienes nos estaban vigilando era un grupo de Macacos de Berbería que, al menos signo de despiste por nuestra parte, cruzaron el carril a toda velocidad y desaparecieron en la espesura de la vegetación con total tranquilidad, no dándome tiempo nada más que una foto tomada a la carrera y que sólo captó un bulto marrón tras unos arbustos correspondiente al último del grupo.

Al menos me consolé con una toma a ese pequeño Hojaranzo (Rhododendron ponticum) aislado en medio del bosque. Lástima que ya haya pasado el periodo de floración.

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Y ya enfilamos el último tramo del recorrido. Dejamos atrás las calizas del Rif y entramos en terrenos de arcillas. La vegetación pierde altura  las especies se reducen principalmente a encinas apretadas unas contra otras, lo cual no impide que las gente siga haciendo limpieza para sembrar el cultivo de moda en la zona.

La vista desde arriba sigue siendo impresionante y se alcanza a ver hasta el embalse del río Lau que hay junto a Chefchauen. Y la bajada no lo es menos.

Aunque lo mejor es la panorámica desde arriba de la unión de los ríos Kalaa y  Farda, cerca de Talembot. Esa garganta es algo que hay que visitar sin falta.

Al final, desembocamos en la carretera que da acceso a poblados como Talembote, Akchur o Taurart, donde aun se conservan algunas casas de estilo bereber como las de la Alpujarra granadina y de estilo andaluz con el patio central. Y donde se conservan tradiciones como el horno del pan o el rato de charla para matar la curiosidad con todo el que llega.

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