Ésta es la etapa negra de este tramo del camino. Las fuertes pendientes y el hecho de que no haya posibilidad de dividirla ante la inexistencia de albergues antes de Markina es lo que que le ha dado esa fama de rompepiernas. Pero aquí no hemos venido para pensar en ella, sino para hacerla.
El día amenaza lluvia, pero al final se convierte en el más caluroso hasta el momento. Deba respira tranquilidad a esta hora de la mañana, rota casi exclusivamente por nosotros.
Empezamos a subir nada más salir del pueblo. Vamos pasando por diferentes caseríos y aunque el mar no pilla lejos, poco a poco lo vamos dejando atrás y nos vamos metiendo en un paisaje más campero, por sitios que recuerdan a los valles alpinos, aunque no estamos a mucha altura sobre el nivel del mar (entre 0 y 200 metros).
A media mañana estamos en Olatz, un pueblecito del camino en el que hay un agradable bar (venta, que diríamos en Andalucía) que nos sirve para reponer algo de fuerza antes de enfrentarnos al monte Arno y sus casi dos horas de subida.
En ese punto nos cruzamos con un peregrino francés que regresa a casa (también a pie) y que se ha construido un ingenioso carro donde lleva todas sus cosas:
La subida comienza por una cómoda pista de cemento que más tarde se convierte en vereda, alternando con pistas forestales.
La combinación del Arno y la mochila es un explosivo y hay que echar mano de toda la concentración posible para no darse media vuelta y volver en taxi. Pero la belleza del paisaje y la soledad que te acompañará todo el viaje, hace que no pienses nada más que en seguir adelante, ayudadas eso sí, con una ración extra de chocolate con almendras, mientras disfrutas de ambas.
En la cima, habremos subido a unos 500 metros sobre el nivel del mar en unos 4-5 kilómetros, y estamos en la linde entre Vizcaya y Guipúzcoa. Pero tranquilidad que aun te quedan 4 0 5 más para comenzar el descenso.
Casi llegando al final, cuando la calor ya hace de las suyas, viene una fuerte bajada de la vereda que desanima hasta a algunos ciclistas que la bajan también a pie junto a nosotros.Son los últimos 2-3 kilómetros antes de llegar a la meta.
A la entrada a Markina se pasa ante un viejo edificio que parece que se mantiene en pie con cierto trabajo pero que todavía te causa admiración y, más adelante, junto a una ermita que guarda dentro una sorpresa.
Los vascos dicen que lo que más trabajo les costó meter dentro fue la imagen. Las cosas.
El albergue está situado en un antiguo convento que aunque no tiene demasiadas plazas, sí cuenta con todos los adelantos posible (incluido microondas ¿verdad Manu?).
En esos días estaba a cargo de Juan José Mateu, un hospitalero experimentado y muy amable que te facilitará la vida todo lo que esté en su mano.