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sábado, 9 de diciembre de 2023

Olorcillo a colonia I

 Mas al sur también se huele, por supuesto, pero es a partir de El Aaiúm viajando hacia el norte donde más se percibe ese olor a colonia. Colonia española, francesa, portuguesa e incluso, británica, por supuesto.

Son muchos los restos patrimoniales, militares y comerciales sobre todo, que se pueden ver ver a lo largo del camino. Y todo ello sin hacer una investigación pormenorizada de ellos. Uno se conforma con los que tropieza sin más remedio.

Frente a la estación de autobuses haya un barrio, cuando menos, original. Se trata de El Guarro. Un conjunto de casas semiesféricas que, según me contaron unas vecinos en una ocasión, servían para alojar mandos intermedios del ejército español. La forma en cúpula con respiradero superior servía para desalojar el aire más caliente y proporcionar algo de frescor a sus habitantes. El que fuera apodado El Guarro no quedó muy claro si era por la escasa higiene de sus moradores o por el consumo de carne de cerdo, algo no permitido entre musulmanes por motivos religiosos, como ya se sabe.

Siguiendo la carretera se llega a Laayuone Plage, pero es temprano y anda todo cerrado. Es preferible seguir y, a la salida, lo primero que se ve son las ruinas del BIR nº 1 o Batallón de Instrucción de Reclutas, situado en la llamada Cabeza de Playa. No era gran cosa: barracones para los soldados, otros para los servicios y los campos de tiro, deportes, etc. Todo encerrado por una tapia con aspecto de muralla y algunas garitas de vigilancia con forma de torre de castillo. Eran los tiempos de la dictadura y había que parecer un Imperio. El servicio militar era obligatorio (y aun siguió siéndolo unos años tras su final) y los chavales con menos de 20 años necesitaban disciplina y formación antes de ser soldados, dicho esto con un poco de ironía. Lo único que se echaba en falta (según cuenta uno de esos reclutas) era unas duchas en condiciones, porque dada la poca agua disponible, los reclutas se tenían que lavar frecuentemente en la playa. Hoy sus instalaciones tras casi 50 años de abandono se mantienen a duras penas en pie.

La carretera continúa costa adelante y cruza Foum El Oued, un sencillo pueblo turístico con sus calles trazadas en una mesa de dibujo y con los servicios básicos para pasar unas vacaciones playeras. Una vez que se acaba el casco urbano empieza a hacer acto de presencia la arena. Aunque lo que me llama más la atención es la gran cantidad de camiones que vienen en sentido contrario. Y la carretera no es demasiado ancha y no tiene arcén, así que hay que andarse con cuidado al cruzarse con ellos.

Pensando esas cosas y admirando las abundantes dunas casi se me pasa el punto en el que se atraviesa el paralelo 27º 40', la frontera del Sáhara Occidental acordada por las potencias coloniales. En la N1 que corre paralela a esta pero tierra adentro sí hay un monumento que avisa a la llegada a Marruecos.

Durante 30 o 40 kilómetros no hay nada que hace como no sea admirar las vistas, tanto hacia el mar como hacia la tierra. Ninguna desmerece,

Los pensamientos se ven interrumpidos por un casco de buque (que fue) de color blanco varado a pocos metros de la orilla. Se trata del buque Assalama, de la naviera Armas. Al zarpar en dirección a Fuerteventura, sufrió un accidente que le provoco una vía de agua. El capitán decidió entonces varar la nave en una zona adecuada y evacuar a los pasajeros y tripulación, que no sufrieron daños, más alla del equipaje y algunos vehículos particulares. Ahora, tras varios lustros a merced del mar es sólo un montón de chatarra que sirve sólo para que los turistas le hagan fotografías.

Tarfaya (la antigua Villa Bens, capital del Sáhara durante un tiempo) está a un tiro de piedra. No me puedo perder un paseo por su bulevar. Desde allí se puede admirar lo que queda de la Casamar. Este edificio de piedra fue construido por un comerciante y aventurero británico apellidado McKenzie en 1880 aproximadamente. Su nombre original fue Port Victoria, y su finalidad era comerciar con las caravanas procedentes de Tombuctú. Sin embargo los problemas con las tribus saharianas y con Marruecos fueron constantes, así que con el cambio de siglo fue cedido al sultan de Marruecos y los británicos se retiraron de la costa africana. Con la llegada de los españoles hacia 1916 se le empezó a llamar la Casa del Mar, de ahí el nombre que tienen actualmente.

En Tarfaya se puede visitar la casa museo de Antoine de Saint-Exupery, el piloto francés autor de, entre otras, de la obra El Principito (la primera obra transcrita al andaluz por Huan Porrah). Su función de correo de Francia le obligaba a volar regularmente entre la metrópolis y la colonia del Senegal. Este piloto hacía escala en varios puntos del trayecto, siendo Tarfaya, uno de los principales. Cabo Juby, cercano a Tarfaya,  es el punto más próximo de la costa africana y Fuerteventura, en las Canarias: aproximadamente unos 100 kilómetros.

A partir de Tarfaya hay que dejarse llevar por la N1. La primera parada será en las salinas y laguna litoral de Naila. Un complejo natural en el se pueden observar multitud de aves. La zona está protegida y se denomina parque natural de Khenifiss. 

Es interesante saber que en sus inmediaciones estuvo el fuerte de Santa Cruz de la Mar Pequeña, llamado también Puerto Cansado. Fue construido por la corona de Castilla y relacionado con sus disputas con Portugal, hacia 1478, aunque duró poco tiempo ya que 60 años más tarde ya estaba abandonado. Su finalidad era proteger la factoría pesquera que existía dentro de la bahía. Hoy duerme bajo toneladas de arena de las dunas próximas.

A partir de Akhfenir, donde podemos ver esa curiosidad natural que es el Agujero del Diablo (Grotte d'Akhfennir o Ajeb Lah), hay que seguir la costa y sus acantilados. Se cruzan dos ríos importantes que ya están siendo dotadas de grandes viaductos que facilitarán la conducción, aunque eso nos privarán de sus vistas clásicas que, desde la primera vez, siempre me ha causado admiración.

Como la idea es seguir costa arriba en busca de la desembocadura del Draa, lo mejor es pernoctar en Tantán Puerto. Es un pueblo animado y su camping no está mal.

(las fotos se pueden ampliar pulsando sobre ellas)






























jueves, 7 de diciembre de 2023

La costa de los acantilados

La costa atlántica norte-africana cuenta con innumerables kilómetros de grandes acantilados . El océano hace sentir aquí su inmenso poder.

Dajla no es una excepción, pero al contar con su bahía protegida por una barra de roca, se forma en su cara interna unas zonas arenosas propicias para el arribo de botes pequeños de pesca artesanal. Es la zona denominada la Sarga. Allí se acumulan cientos de botes pintados todos de la misma forma y con los mismos colores, como si fueran soldados uniformados. Son botes pesados, con la proa muy levantada, que se ayudan para salir y entrar del agua de tractores modificados para esa finalidad. Alguien me comentó que la pesca reina es la corvina. La cara negativa de esta actividad la pone la emigración irregular. Canarias no pilla lejos.

Regresamos a la ciudad de forma directa, atravesando la zona despoblada que hay en este extremo de la barra. Sin darnos cuenta pasamos rozando la zona donde se acumula toda la basura que se origina en Dajla. No sé qué harán con ella y no me voy a esperar para enterarme: el olor que despide es algo que ya tenemos olvidados los europeos. 

Lo que si veo al recorrer las calles esta mañana es que hay una multitud de operarios del servicio de recogida de basura por todos lados. La opinión que ayer me formé no me sirve ya. Han recogido la basura que había diseminada por cualquier lugar y todo tiene otra cara muy diferente. Quizás esta sea la forma de actuar aquí: tirar la basura a la calle para darle trabajo a un puñado de personas limpiándola después.

Recorro el paseo marítimo con tranquilidad. Hace buena temperatura y el viento ha amainado. Un desayuno en una terraza mirando al mar es un placer. Así que hay que aprovechar el momento.

La despedida de Dajla se produce al final de la barra, a la altura de la Isla del Dragón que hoy luce mejor a pleno sol

Hoy, la ruta sigue la carretera costera hasta el Aaium. Si por mi fuera, me iría parando a cada momento. Las vistas son impresionantes y los sitios se suceden uno tras otros. Me he decidido por uno que tiene toda la pinta de ser un buen mirador. Hay una pequeña casita de piedra en ruinas que debió servir para vigilar la costa o como refugio de pescadores. A un lado y a otro, un inmenso acantilado que produce vértigo asomarse a él, pero al que nadie se puede resistir.

Todo el camino está salpicado de aldeas de pescadores de todos los tamaños. La mayoría parecen formados alrededor de algún punto de fácil acceso para las barcas, que se juntan unas a otras en la zona más protegida de la playa. Me fijo que siempre hay un edificio moderno junto a cada punto de embarque. Eso me llama la atención, así que decido entrar en el próximo que vea.

Algunos kilómetros más adelante aparece una gasolinera y un cartel que indica la existencia de uno de ellos. Aquí hay algo más que un edificio. Arriba, en lo alto del acantilado, hay un montón de instalaciones con toda la pinta de ser algo gubernamental, pero no hay barreras ni nada por el estilo, así que sigo y bajo al pueblecito pesquero. Allí sí, hay una barrera con vigilantes que, tras los saludos de rigor, me permiten el paso. 

Hay gente por todos lados. Parece que la jornada de pesca se ha acabado y todos recogen los arreos del trabajo y los guardan en los sitios que tienen para eso. No veo pescado por ningún lado, por lo que deduzco que ya lo deben de tener arriba en la lonja. Pero bueno, ya que estoy, curioseo un poco y hago algunas fotos a todo lo que me parece bonito. Al poco veo bajar deprisa a alguien que parece que viste un mono militar, así que me doy prisa y tomo fotos a mi alrededor: las piedras, las olas la gente jugando al fútbol, a los gatos... Me hace señas y veo que detrás viene casi corriendo un gendarme... eso quiere decir que "prohibido y a la calle". El militar se interesa por las fotos y le enseño los gatos, las olas, las piedras y el fútbol, con lo que se convence que yo no tengo nada que ver con la KGB ni nada por el estilo, cojo el coche y para la puerta. Allí paro y pregunto a los vigilantes si son buenos musulmanes. Y como me dicen que sí, les regalo un zumo de fruta a cada uno (la otra opción era una Alhambra fresquita).

A la altura del Cabo Bojador, es obligado dejar la carretera un rato y entrar en el pueblo. De los pocos que no han cambiado el nombre, aunque allí se pronuncia "bugdur". El pueblo no está mal. Pequeño y limpio aunque la factoría de harina de pescado me trajo a la memoria la que hay en Tarifa y la que hubo antes en Ceuta. La calle principal hierve de gente y no se puede pasar sin sentarse un rato en una terraza con un buen café delante.

No falta mucho para llegar al puerto de El Aaium, así que uno se puede permitir el lujo de parar un momento en el Restaurante Manolo, aunque sólo sea por decir que se ha estado en él.

Una hora más o menos después, aparece Marsa, el terminal de la cinta que trae el fosfato desde la mina de Bucraa, seguido de la zona industrial del puerto. Una zona fea que hay que pasar rápido. La mayor pena es que no es hora de cenar todavía: la visita al mítico restaurante Josefina queda para otra ocasión.

La ruta continua por la costa, pero nos apetece visitar El Aaium, así que seguimos la carretera hasta la capital del Sáhara Occidental. Mañana volveremos a este punto y continuaremos desde aquí.