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sábado, 26 de noviembre de 2016

Taragalte: Festival en el Desierto

De este año no pasa. Este año me hago los casi mil kiómetros que me separa de M’Hamid y no me pierdo uno de los mejores de música étnica de los alrededores.
Son un puñado de actuaciones de grupos del Magreb y del Sahel entre los que este año se encuentra Tinariwen, y eso no se puede perdonar.
Si te interesa más información, puedes visitar la página del festival. Además te vendrá bien si te decides asistir el año que viene.
La ida me la salto. Ha sido un atracón de carretera desde Ceuta, Rabat, Marrakesh, Ouerzazate… en la que no ha faltado el consabido camión llevando una carga XXXL de paja (esta vez por autopista, sin complejos el tío) y los consabidos controles móviles de velocidad de esos de aquí te pillo, aquí te mato y… ¡son 400 dihams, jae!
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Pero la llegada… ha sido todo un lujazo y hace que se te olvide el cansancio y merezca la pena hacer tanto kilómetros.

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Un lujo de alojamiento en el desierto
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Y un lujo de cielo

Pero vamos a lo que hemos venido. ¿Mi experiencia del festival? Pues un Bien por el festival y un Sobresaliente por todo lo demás.
M’Hamid El Ghizlane (El Llano de la Gazelas) es un pequeño pueblo del Sur de Marruecos junto a la orilla norte del río Draa, el río más largo de Marruecos que naciendo en el Atlas, muere en el Atlántico, pero sus aguas sólo llegan al océano los años de mucha lluvia, el resto lo hace en los arenales que encuentra a su paso. Eso quiere decir que cuenta con un extenso palmeral de datileras (y noviembre es el mes de recogida de los dátiles) debajo de las cuales existen todo tipo de huertecillos y algunos frutales que se riegan con sus aguas.

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Esta palmera estaba cerca de la puerta de nuestro alojamiento
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No te digo nada de la cantidad de charlas tú a tú que hemos tenido durante los días del  festival.
De todas formas, las montañas del Atlas han quedado atrás y estamos en las llanuras semidesérticas que se extienden ya hasta el mismo desierto del Sáhara, por eso es posible encontrar ya tanto los extensos arenales (erg) como extensas llanuras de piedras negras (hamada), salpicadas de algunos oasis donde es posible practicar la ganadería y la agricultura, aunque no extensivas, sino dependiendo directamente de personas con nombre y apellidos.
El asfalto ya llega hasta aquí (y, según se mire, mejorando día a día), así que el pueblo cuenta con un buen puñado de alojamientos y es normal ver por su calle principal deambular todo tipo de guiris, eso sí, casi todos con un buen look étnico-hippie. No faltan los 4X4 y otro cacharros motorizados de alquiler para recorrer sus campos de forma apresurada y cómoda.
El festival… pues ha sido un festival al uso si lo miras globalmente, pero nada que ver si empezamos a mirar con detalle por todos los rincones. Para empezar… el sitio…

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Todo el recinto del festival. Las tiendas oscuras corresponden al escenario y dependencia anejas. Las tiendas blancas se destin para los músicos y organización. el resto están un poco más lejos y no se aprecian bien en la panorámica.
Un enorme arenal al sur de M’Hamid en el que se ha plantado todo lo necesario: desde un pequeño escenario bien dotado de iluminación y potencia de sonido suficiente teniendo en cuenta que estamos al aire libre, tiendas de alojamiento, tiendas de reunión de músicos y asistentes, tiendas de exposiciones, tiendas de alojamientos para los acompañantes de los grupos, tiendas de comida, tiendas de merchan, tiendas, tiendas… y más tiendas.

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Una puerta en medio de nada es la puerta del festival. El resto, dunas y arena vigiladas de lejos por un puñado de voluntarios. La verdad es que la taquilla está puesta para nosotros, los guiris, porque la gente del pueblo entraban toda libremente.

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Las tablas y el backstage que no puede faltar en ningún festival aquí está bajo una pesada lona tejida con pelo de camello, al estilo tradicional de las jaimas del desierto.

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Y como puedes ver por el cartel del festival, los pratocinadores han sido muchos y algunos muy potentes, como el mismísimo gobierno de los USA, a través de su embajada, lo que explica que me haya cruzado esta misma mañana con tres furgonetas iguales, de una marca conocida de vehículos yanquis y con aspecto de pesar mucho, mucho, rodando por una carretera estrecha tan juntas que recordaban a las películas de acción, y que llevaban en su interior a señor embajador y su comitiva. Y ahora que lo pienso ¿tendran algo que ver esos caminones y coches cargados de militares que ayer cruzaron el pueblo? Vete tú a saber.

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Dentro del recinto, esta mañana se trabajaba a todo tren. Desde poner en funcionamiento los generadores encargados de suministra energia eléctrica a los equipos hasta recibir a los músicos a su llegada, pasando por la s tiendas de servicio, aunque ¿quién necesita una tienda cuando hay espacio de sobra?

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Por la tarde, mientras los organizadores daban los discursos pertinentes y saludaban a las personalidades presentes, el público empezaba a tomar las dunas de los alrededores. Y no pienses que en las dos fotos de arriba están todos, es que a mí me llamó la atención este grupo de paisanos y este targuí solitario que reivindicaba de vez en cuando el estado Azawad, ya que los tuareg, aunque emparentados culturalmente con los bereberes marroquies se mueven entre Argelia, Malí, Mauritania y Níger.

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Durante la tarde pudimos disfrutar de actuaciones dispersas por todo el recinto de grupos tradicionales de diversos puntos de Marruecos… La música local estaba representada por Aidous, Shamra, Rokba, Akalal o Ganga, que habían viajado con sus familias y amigos y que estaban acampaddos por los alrededores en grandes jaimas.


Pero lo mejor estaba en el recinto central, donde pudimos mezclarnos con toda clase de gentes que participaban o asistían al festival. Y para eso, lo mejor es pasar desapercibido, jeje

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Y de grupo en grupo se fue pasando la tarde, en la que no podía faltar la reunión alrededor de una tetera. Aunque yo me hubiera apuntado mejor a compartir esos cacharros puestos al fuego y que desprendían un olorcillo que invitaba a permanecer sentado cerca de estas familias que acampaban allí mismo, al mejor estilo nómada.

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Y en cuanto la oscuridad se hizo general, dio comienzo el octavo (creo) Festival Taragalte por la cultura nómada y músicas del mundo.

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<continuará>

sábado, 11 de abril de 2015

Meknes, la capital dorada

Las cuatro capitales históricas de Marruecos (Marrakech, Rabat, Fes y Meknes), como Sevilla, tienen su propio color. Si Marrakech es la Roja, Fes es la Azul, Rabat es la Verde, Meknes (la Mekínez de los antiguos colonizadores) es la Dorada, y en los barrios populares, las casas lucen ese color amarillo cálido.
Su casco urbano está claramente definido por el río. En la orilla oeste, la antigua ciudad imperial rodeada por más de 20 kilómetros de murallas y la medina antigua. En la este, la ciudad moderna planificada al estilo europeo.
Su nombre hace alusión a la tribu que la fundó, los Meknasa, y al principio era conocida como Meknes ez-Zeitun (Meknes de los Olivos), algo así como el Jaén andaluz, por la cantidad de aceite que se producía ya en épocas de los romanos.
Su historia es complicada en épocas anteriores a la llegada de Mulay Ismail (que vivió a caballo de los siglos XVII y XVIII), quien la dotó de construcciones fastuosas a imitación del Versalles francés pero que duraron poco dado la mala calidad de los materiales de la época. Mulay Ismail era un admirador de Luis XIV, a quién llegó incluso a pedir la mano de una de sus hijas para estrechar lazos, cosa que no llegó a cuajar y se tuvo que conformar con las 500 mujeres que ya andaban por su harén.
Cuando vayas a Meknes, tus pasos se dirigirán con toda seguridad hacia la puerta más llamativa de toda la ciiudad: la Bab Mansur, que precisamente hoy, mala suerte, no luce mucho por las obras de la muralla.
Tras ella se esconde una tranquila plaza ajardinada que se comunica con otra mayor donde se encuentra la puerta de Mulay Ismail, llamada así porque junto a ella se encuentra la tumba de este monarca. Para verla hay que entrar en el interior de la mezquita que hay a la izquierda (visitable cualquier día menos el viernes que es día de rezos). No te la pierdas, te gustará.
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La mezquita que aloja la tumba de Mulay Ismail se encuentra junto a la puerta de su mismo nombre, junto a la plaza de los tratantes de lana.
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Como te dije, es visitable, aunque no los viernes, obviamente. Tras pasar junto a la fuente de agua que recibe a los fieles, se pasa por una sucesión de patios decorados con azulejos hasta llegar al último, decorado también con una fuente central. Además de alguna puerta cerrada que da paso a pequeños cementerios de gente señalada, el patio final está decorado con un sencillo reloj de sol, un mihrab, una ventana (a la derecha) y una puerta a la izquierda.
La puerta da paso al interior de la mezquita en sí y al mausoleo de Mulay Ismail. Si te descalzas y penetra por ella, tras acostumbrar tus ojos a la penumbra, te encontrarás en una hermosa habitación con suelos y paredes decorados con azulejos, puertas policromadas y escayolas de fantasía en los techos y paredes. En el centro, una pequeña fuente que aporta un sonido muy agradable y en uno de sus lados, otra puerta que da paso al mausoleo. Al fondo de esta segunda habitación y protegido por una celosía de madera, la tumba de Muley Ismail. A su alrededor, gruesas alfombras de lana amortiguan los pasos de algunos fieles. Esta habitación sólo es pisada por los creyentes, aunque puede ser observada desde la ventana del patio exterior. Sentado en la puerta siempre hay el cuidador del mausoleo que suele aceptar algo de ayuda económica para el sostenimiento del monumento.
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Pero Meknes tiene muchas puertas, que te irán saliendo al paso de tu recorrido por los alrededores de la ciudad imperial y la medina que la rodea. Y eso es así porque cada barrio tenía su muralla y sus puertas, que en tiempos, se cerraban de noche y cuando se producían disturbios.
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Ma-440Ma-441Ma-442Ma-443Ma-444Ma-445Ma-446Ma-447Ma-448Ma-449Pero hay que ir por orden. Si empiezas tu recorrido de Meknes por la ciudad imperial darás un largo, largo paseo siguiendo su recién restaurada muralla, por lo que si no estás dispuesto a gastar suela de zapatos, te aconsejo que cojas uno de esos coches de caballo.
Podrás disfrutar de la fachada del Palacio Real y de Estanque de Agdal, junto al que verás la enorme mole de los Suani, un inmenso granero del siglo XVIII formado por un buen puñado de enormes naves de más de 10 metros de altura cuyos techos están hechos a base de adobe y cañas. Cercano a ello se puede visitar lo que queda de las antiguas caballerizas del sultán Mulay Ismail, formada por una infinidad de arcadas que van dibujando habitaciones iguales a lo largo del recorrido.
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Pero la visita no estará completa si no te pierdes por algunos de los barrios de su medina. Seguramente, algún guía de esos que abundan por la calle, te hablará de la Mellah o barrio judío, pero puedes ahorrarte la visita. Los judíos se fueron hace tiempo y su barrio sería uno más si no fuera porque aun queda parte del cementerio mejor o peor conservado. Es preferible dedicar ese tiempo en pasear por sus callejuelas llenas de comerciantes y artesanos.
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A la caída de la tarde podrás acabar tu visita en la plaza El Hedim, centro social de la medina y lugar de encuentro de saltimbanquis, titiriteros, cuentacuentos y otra gente, donde seguramente te divertirás sin darte cuenta de los problemas del idioma.
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Volúbilis

Una mención aparte merece las ruinas de Volúbilis. Sus orígenes parece ser que se debe a los cartagineses, pero por las guerras entre estos y Roma, terminó en manos de los romanos, bajo cuya influencia cultural se mantuvo hasta la llegada del Islam en el siglo VII, a pesar de que fue casi abandonada mucho antes.
Su importancia en aquella época era debida a la gran producción de aceite y cereales, tanta que son innumerables los restos de molinos que se encuentran entre sus casas.
La gran actividad económica atraería multitud de mercaderes y funcionarios, lo que hizo que se multiplicaran en sus barrios las grandes casas con estanques decorados y patios provistos de hermosos mosaicos. También abundan los edificios oficiales y un majestuoso arco del triunfo dedicado a Caracalla.
Las ruinas se encuentran a unos 20 kilómetros al norte de Meknes, cerca de la ciudad santa de Mulay Idris, cuya silueta blanca recuerda a cualquiera de nuestros pueblos serranos.
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