El miércoles pasado volé de Andalucía a Galicia para pasar un par de días con los amigos escuchando música de Neil Young, y hoy martes, he llegado a Irún a las 7 de la mañana después de doce horas metido en autobús que me ha cruzado de nuevo la península desde Galicia. Así que el primer día es para descansar y preparar la mochila para mañana.
El albergue de Irún está regentado por la Asociación de Amigos de los Caminos y se encuentra en un piso cerca de la estación de tren. Te atienden a partir de las tres y yo estoy muy cansado para estar toda la mañana con la mochila dando vueltas por la ciudad, así que vuelvo sobre mis pasos y me busco algo cerca. Una ducha y un buen desayuno me dejan como nuevo.
Aprovecho para sacar mi credencial en una iglesia que hay junto a la estación, que atiende a los peregrinos en horario de mañana, y dar una vuelta por la ciudad hasta la hora de comer. Por la tarde, siesta y un nuevo paseo por Irún.
Es hora de empezar el camino.
No es necesario claro, pero para hacerlo bien debes comenzar en el puente de Santiago, el puente internacional entre Irún y Hendaya, la ciudad francesa vecina. Desde allí, se tiene una hermosa vista del histórico viejo puente que tan tristes recuerdos trae.
Vuelves a la ciudad y atraviesas por las calles Fuenterrabía y Hondarribia en dirección a la salida. Es gracioso que tu destino (el monasterio de Guadalupe) se observa en el monte del fondo desde el primer momento que pisas la calle, pero tú aun no lo sabes, claro.
Se sale de la ciudad por unas marismas, atraviesas una carretera con mucho tráfico y tomas un sendero en dirección al monte.
La subida al monasterio pone ya a prueba tu preparación, porque lo que empieza con una subida suave, termina en un repecho que obliga a coger resuello de vez en cuando. Sin embargo se hace sin mayor dificultad y la recompensa merece la pena, porque desde el patio del monasterio tienes una vista preciosa de la ría con los tres pueblos vecinos: Irún, Hendaya y Hondarribia.
Desde aquí el camino dobla a la izquierda y empieza a faldear la montaña, y así aguanta por muchos kilómetros, aunque hay una variante por la cresta recomendable sólo si te gusta hacer montañismo.
La mayoría de las veces da la impresión que estás andando por nuestra sierra gaditana en invierno: areniscas, helechos, brezos, robles (quejigos)... musgos, líquenes y agua por todos sitios. Aunque hay más frondosidad en la vegetación naturalmente y abundan los castaños y nogales (entre otros más) que no son tan corrientes allí.
Ten por seguro que lo hubiera disfrutado más pero la lluvia me visitó casi desde media mañana hasta la tarde, lo que me obligó a sacar la ropa de agua y proteger la mochila. De todas formas esta lluvia de verano casi no moja (desde luego no cae con la fuerza que lo hace en mi tierra).
Casi nada más empezar a bajar hacia Pasajes, te sorprende la vista de una garganta que desemboca en el mar. Su dureza es digna de fotografiar.
El camino de bajada tiene mucha pendiente en algunos tramos. Eso, unido a que se ha trazado en hormigón, te destroza los pies. Deberás tener cuidado y no apurar demasiado, tus dedos de los pies te lo agradecerán mucho.
El camino desemboca casi encima del puerto de Pasajes. La vista es increíble (y la última bajada también). Casi al final, una escalera te ayuda un poco.
Desde el 2009 hay un nuevo albergue en el pueblo, pero todavía es demasiado pronto para parar. Lo dejo atrás y me dirijo al pueblo, en otra ocasión será.
A la entrada hay una plaza con varios bares, así que hay que aprovechar la ocasión para alternar con los paisanos. Unos vinillo y unos pinchos (como llaman aquí a las tapas) se hacen necesario y es una buena escusa para terminar contando chistes con ellos: ¿sabes ese del vasco que…? ¿Y ese otro del andaluz que…? El caso es que pasamos un rato divertido y yo aprendí algo del bacalao con patatas.
No conviene retrasarse, por lo que me dirijo al barquero que me tiene que cruzar la ría. Su precio, 60 céntimos, y en un momento estás ya en la otra parte del pueblo. Según cuentan, es el último barquero que queda activo en todo el País Vasco, un lujo.
El pueblo conserva muy bien muchas de sus calles. Desde aquí comienza una fuerte subida. Hay que poner atención porque algunas indicaciones no son demasiado visibles y no está la cosa para dar vueltas.
Es posible que alguna guía te recomiende un trazado alternativo desde este punto para llegar a San Sebastián, más fácil y más urbano, pero yo no te lo recomiendo. Te perderás uno de los tramos más bonitos de todo el camino.
Lo suyo es seguir las flechas amarillas y coger a la salida del pueblo una carretera que bordea el monte por esta orilla y que es visitada por los "nativos" que quieren hacer algo de ejercicio. A su paso te encontrarás un mirador sobre el pueblo con una vista muy agradable y con algunos bancos por si te quedan ganas de comerte un bocadillo o descansar. Un poco más arriba hay una fuente con un agua muy buena.
La carretera desemboca en un faro, el Faro de la Plata, que por el sitio en que está construido y la forma que le han dado, casi parece más un fortín.
Es el momento de abandonar la carretera y coger una vereda a tu izquierda que discurre a media falda, con el mar a tu derecha. Aquí es donde se ve la verdadera cara de la costa vasca y aunque sólo sea por ver esto merece la pena el cansancio de este primer día. Precioso, de verdad.
La vereda discurre entre helechos y pinos alternativamente hasta coronar estas lomas. Allí tomas una carreta asfaltada donde ya empiezan a verse alguna que otra casa.
Una curiosidad: te encontrarás con un cartel muy bonito que anuncia pan casero junto a una vivienda muy cuidada. No dejes de entrar. Te recibirán como un amigo y te invitarán a tomar café, mate, té e incluso comer. Se trata de una comunidad llamada Las Doce Tribus que promueven valores ecológicos y religiosos como una forma de cambiar este mundo. Son gente simpática y agradable y el lucro no entra en sus planes. Disponen en la parte de atrás de unas tiendas que puedes usar para dormir y me da la impresión que no se extrañarían si decides quedarte con ellos unos días. Merece la pena conocerlos.
Más o menos desde aquí comienza la bajada hacia San Sebastián, que se hace más y más dura conforme te vas acercando a tu destino. A mí me gastó los pocos dedos de los pies que me quedaban, lo que me obligó a hacerle una visita a un podólogo al día siguiente.
Dejarás la carretera para entrar en una especie de parque urbano, el parque del monte Ulia. En el primer mojón que hay a la entrada tienes que tomar una decisión: a la izquierda un Albergue o al frente el Camino. Yo opté por el camino a pesar de ir tocado, así que no te puedo hablar de la otra opción, aunque de todas formas este albergue está muy alejado del centro urbano, pero puede venirte bien si no estás en buenas condiciones.
Si te dejas llevar por las flechas amarillas (aunque parezca que te llevan a ninguna parte) bajarás el monte poco a poco hasta entrar en la ciudad por el final de la playa de Gros, la hermana de la Concha. La pendiente de los último 300 metros son la puntilla que mis pies necesitaban.
Solo tienes que seguir el paseo marítimo y atravesar el casco urbano y disfrutar de la gente y la vista de la playa y de la ciudad. No te preocupes si no ves indicaciones amarillas. Al final de la playa de la Concha llegarás a un túnel donde verás de nuevo las flechas que te llevarán directamente al albergue de peregrinos. No tiene pérdida.
El albergue está situado en los bajos de un colegio público y las dos hospitaleras (Carmen y Blanca) son unas personas formidables y muy simpáticas. Te cuidarán como unas madres y te orientarán para la jornada siguiente con mucho optimismo y alegría. Merecen un monumento cada una. Y no dejes atrás al hospitalero que hace el otro turno (Eduardo) que te atiende con un cuidado exquisito y te dará todas las indicaciones que necesites y más. Otro monumento para él.
El albergue está bien. Camas formidablemente cómodas y limpias. Lo único malo es que el agua caliente es "escasa", pero bueno, estamos en verano. En los alrededores hay de todo lo que necesitas, incluso un ciber para escribir el blog, así que tranquilo que no es necesario volver el centro si no te apetece.
Mi resumen: Etapa muy bonita pero algo durilla para ser la primera. Las guías hablan de 25 kilómetros, pero el GPS dice que 30.
Al día siguiente tengo que permanecer aquí. La visita a la podóloga (encontré una en el mismo paseo de la Concha) me arreglará un poco los pies, aunque no evitará el daño ya causado. Pero esto es motivo para disfrutar un poco de la ciudad.
Donostia está de dulce en un día lluvioso. y eso no va a evitar que visite a mi amigo Juantxo en su restaurante, mi café en el paseo ahora que la gente está escondida del agua y mis paseo por esta magnífica playa (aunque parezca febrero, je, je).
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