domingo, 8 de agosto de 2010

Camino de Santiago: Donostia-Orio

La cosa va regular. La etapa de ayer,con sus fuertes bajadas, han afectado a mis pies y por si fuera poco, el día se ha levantado gracioso y no me deja cambiar mis zapatos por mis queridas chanclas, así que a j... Cae agua a cántaros, eso quiere decir que ropa de agua hasta las cejas y p'alante.

Sólo hay que seguir la misma calle del albergue y en un momento te encuentras en las afueras. Nada más comenzar la subida del monte Igeldo me encuentro a Inga y Andreas, una alemana y un danés-catalán que hacen el mismo camino y que anoche llegaron al albergue. Aprovechamos y hacemos la subida juntos charlando animadamente.

El camino es algo pendiente pero parece un parque urbano al principio, pero eso es solo al principio. Más adelante tenemos que andar sobre una carretera que nos ofrece una bonita vista del acantilado en que se convierte el monte.

En un punto de la subida, frente a unas casas, nos encontramos una mesita protegida de la lluvia y a su lado varias botellas de agua. Sobre ella, un sello y todo lo necesario para sellar nuestra credencial. Luego nos enteraremos que la ha puesto allí un hospitalero singular que vive justo enfrente. Lástima que lo temprana de la hora o la dichosa lluvia haya impedido que esa persona estuviera allí y pudiéramos conocerla. Otra vez será.

Las subidas y bajadas se repiten y pasamos por zonas de bosque que se alternan con otras trabajadas por los camperos y que son la típica foto del País Vasco. El mar no se pierde de vista y aunque a lo lejos, vemos que la costa esta más soleada, las nubes no se alejan de nosotros regalándonos litros y litros de agua con algún que otro descansito.

A media mañana el bosque se acaba y entramos en una zona similar a nuestras herrizas, tapizada de helechos, brezos y aulagas que llegan hasta el mar. El sol sale un poco y aprovechamos para quitarnos los plásticos de encima, por fin.

En un punto coronamos un cerro y aparece ante nuestra vista una carretera y un trozo de autovía que, después de andar lo que llevamos andado, nos parece un enorme caos de ruidos y coches.

Descendemos por un viejo camino empedrado primero y por una vereda después hasta alcanzar la carretera. Nos vemos obligados a pasar por un túnel apenas sin arcén que se nos antoja bastante peligroso, pero no hay otro camino.

Tras el tunel aparecen las indicaciones del la ermita de San Martín. Es una subida fuerte, pero está asfaltada, por lo que Inga aprovecha para quitarse las botas y darle un descanso a las heridas de uno de sus pies.

La ermita es pequeña y muy bonita, pero no podemos ver el interior, así que seguimos animados por la visión de un trozo del puerto de Orio que aparece a nuestra izquierda.

Nada más comenzar la bajada hacia el pueblo, te encuentras a tu izquierda con un caserón que tiene las indicaciones de albergue de peregrinos. Es demasiado pronto para parar, pero la herida de Inga hace que nos decidamos a hacerlo. Y no nos arrepentimos. Se trata del albergue de Rosa que encontraras en todas las guías.

Rosa es una persona singular, a la que pillamos casi por los pelos porque está preparada para viajar a San Sebastián para dar una conferencia dentro de los cursos de veranos de la UPV, naturalmente sobre el Camino y los peregrinos. A pesar de todo nos atiende con un dinamismo y una alegría poco común y nos deja instalados y contentos tras un rato de charla y risas.

El albergue es su casa familiar que comparte junto con su cuñada Gurutxe (no menos simpática también) en cuyos bajos ha instalado unas literas y todos los servicios (y más) que un peregrino necesita. Pero eso no es todo. En el campo que rodea la casa, que está llenos de frutales, un huerto, columpios... ha instalado una pequeña casa de madera que hace las veces de cocina y comedor con una gran ventana que mira a los montes de enfrente. Una vista preciosa. Y eso no es todo porque por si esto fuera poco, hay hasta una pequeña casita sobre un árbol en un lateral de la casa. Esta Rosa tiene ingenio.

El día es largo y el viaje ha sido muy corto. Tenemos tiempo de lavarnos, cambiarnos y bajar al pueblo.

Orio es un pueblo pequeño pero que conserva aun cierto encanto. A mí me ha llamado la atención la empinada calle de entrada y el atrio de la iglesia que más parece un fuerte que un edificio religioso.

Según nos cuentan, En Orio existían barcas que cruzaban el río a los viajeros, pero no podía cobrar a los peregrinos.

Decidimos irnos los tres a comer a la playa. El menú será a base de pescado, sidra y txacolí. Tenemos que aprender a servir desde arriba y que el líquido entre en el vaso, lo cual no es fácil, pero no imposible. Con los postres nos defendemos mejor.

Por la tarde, poco a poco, van llegando más peregrinos, de los que recuerdo mejor a Gina (alemana) y Manu (valenciano)…

Chus, cordobesa de Barcelona, y Marian, otra cordobesa, de Bilbao esta vez (está visto que los andaluces nacemos donde nos da la gana)…

Lucas (un belga-flamenco-grecochipriota) ataviado con una falda escocesa y que viene andando desde Bélgica…

y otros como Elena (otra belga), una simpática familia de Barcelona (padres y cinco hijos)…

La charla se hace animada y todos terminamos organizando una cena a base de espaguetis con carne dirigida por Lucas que hace de cocinero jefe.

Lo acompañamos con una decena de botellas de clarete navarro que hace que la charla se alargue hasta la media noche, un lujo para un peregrino.

En fin, todos caemos en el catre como troncos, aunque algunos lo hagamos con ayuda de tapones anti-ronquidos.

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