miércoles, 4 de junio de 2008

Camino del desierto

La ruta que vamos a seguir es una vía con solera desde la antigüedad. Son cuatrocientos y pico de kilómetros sobre la antigua ruta comercial entre la montaña y el desierto, entre la ciudad imperial de Fes y el oasis del Tafilalt.
Al poco de salir de Fes, te topas con la primera muralla: las montañas del Atlas Medio. Lo que en principio parece una suave pendiente, a partir de Ifrane se va levantando y cambiando de aspecto.

Ifrane es la estación de esquí de Marruecos. Nadie diría que estás en un país ribereño del Mediterráneo. Más bien parece sacado de un país centro o norte-europeo y colocado aquí por arte de magia. Sus casas con tejados empinados y sus calles bordeadas de grandes árboles ayudan a esa impresión. En su entorno, amplios valles alpinos contribuyen a la formación de buenas pistas de esquí en los meses de invierno. Ahora esos valles están cubiertos de otra cosa:

Cerca de Ifrane está Azru, pero la carretera lo deja a un lado. Seguimos subiendo entre bosques de sabinas, encinas y cedros. Estos son ya escasos, pero su tamaño es enorme, lo que les hace sobresalir por encima de los demás árboles. Pienso en lo que deberían de haber sido estos bosques en su origen y siento una pena enorme por cómo los hemos tratados. Algunos cedros ya solo son árboles solitarios en medio de un pedregal. Otros son como gigantes dispersos entre gente pequeña corriente. Me hacen pensar en un pasaje del Señor de los Anillos, de Tolkien.

En el punto más alto existe un área de descanso donde la gente para sus coches para ver tanto a estos magníficos árboles como al macaco originario de estas montañas, similar al de Gibraltar y que es presumible que en la antigüedad estuviera extendido tanto por esta orilla, como por la andaluza, y que aquí está representado por una pequeña colonia de ejemplares medio asilvestrados. No suelen ser muy confiados, pero agradecen la fruta fresca más que otra cosa.


Poco a poco vamos dejando atrás las alturas y empezamos a descender. Al poco de dejar Timahdite, desembocamos en una gran llanura semidesértica. Estamos en el Mguild y ésta es la meseta de Arid. A mí me recuerda a la hoya de Guadix-Baza, solo que ésta es inmensamente mayor, perdiéndose de vista el final tanto al Oeste como el Este.
En la parte Sur se levanta la cadena montañosa del Jbel Ayachi y el circo glaciar del Jaffar con sus nieves casi perennes que alimentan a grandes ríos de esta parte de Marruecos.
Pasamos Midelt y comprobamos como la población, eminentemente agrícola, se amontona en las orillas de estos caudalosos ríos. El color verde es una cinta continua en este paisaje que aun se mantiene entre los 1000-2000 metros de altura.

Nos dirigimos hacia unos de sus extremos en el Sur, donde el Desfiladero de N’zala nos permite cruzar sin dificultad el Alto Atlas, siguiendo el curso del río Ziz, gracias a la magnífica garganta que sus aguas han abierto entre las montañas. Hoy sus aguas bajan bravas, cargadas de tierra y barro debido a las lluvias caídas estos últimos días en las montañas que acabamos de atravesar.

Sus aguas terminarán almacenadas en el embalse artificial situado cerca ya de la población de Errachidia, núcleo eminentemente militar que cuenta con un aeródromo que tengo entendido la une una vez a la semana con Marrakech.


Seguimos avanzando y la noche nos alcanza en estos llanos, pero antes nos permite ver casi entre dos luces un río verde de cultivos que oculta entre sus palmeras y frutales multitud de antiguos Ksar de adobe. Son los asentamientos agrícolas del río Ziz, que seguirá su camino por todo el Tafilalt hasta morir no en el mar de agua, sino en el mar de roca del Kem Kem.
Detrás, para nosotros, solo el desierto.

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