domingo, 20 de octubre de 2013

Camino de Santiago Francés VII

Hoy, mi última etapa (por el momento). Decido no pasar tanto calor como estos días atrás y me pongo en marcha cuando todavía es de noche.

No se ve nada, pero el albergue está ya en las afueras de Los Arcos y el sendero arranca justo delante. Además, la primera parte del camino es recto y la tierra blanca de suelo destaca en la oscuridad de la noche.

Cuando ya llevo casi una hora andando, caigo en la cuenta que me he dejado la batería de la Lúmix cargando junto a la cama. Intento contactar con alguno de los amigos pero los teléfonos todavía no están operativos. No me queda más remedio que dar media vuelta. Es una sensación rara eso de ir contracorriente de tantas caras conocidas y aguantar la consabida broma de… ¿ya has llegado a Santiago? pero en fin. Todo sea por mi Batidora.

El caso es que vuelvo a recorrer parte del camino ahora con algo de luz y aprovecho para tomar algunas fotos de Los Arcos con las primeras luces. Eso me sirve para darme cuenta que se camina casi en paralelo a una carretera y que Sansol no está demasiado lejos.

El caso es que el último tramo se hace por asfalto y que Sansol es un pueblo pequeño que está situado prácticamente al lado de Las Torres, que queda escondido tras una curva del camino.

Para llegar a él hay que bajar al río y volver a subir por su empinadas calles. Afortunadamente, en una especie de plaza, existe un pequeño bar, atendido por Mariela, donde se puede desayunar tranquilamente sentado en las mesas de la calle.

Mientras doy cuenta de mi comida preferida del día voy viendo pasar algunos de los peregrinos que hemos compartido albergue estos días y aprovecho para fotografiarlos, ahora que no tienen escapatoria.

Hay que ponerse en marcha y tras Las Torres, el camino se va retorciendo junto a la carretera y el terreno se hace algo más accidentado. Los cauces de pequeños ríos sin demasiado caudal se suceden, lo que te obliga a bajar y subir como si de toboganes se tratara.

En uno de ellos me topé con la mayor concentración de cigarras que he podido escuchar en toda mi vida. El pitido era tan fuerte que prácticamente no se oía otra cosa. Incluso pude fotografiarlas tranquilamente y grabarlas en vídeo.

En otro, junto a una especie de alberca, una chica ofrecía bebidas frescas y algo de fruta a los caminantes, mientras se ganaba unos eurillos a la vez que devoraba un grueso libro. Lo bonito es que es un sitio en el que se comparte la única mesa y las pocas sillas con los lugareños, como es el caso de esta amiga japonesa que se cuidaba los pies con esmero o esta pastora sentada a la sombra con su cayado (¿o sería alguna peregrina con su báculo?). Bueno, no sé, el caso es que ahí estaba sentada junto a un peregrino playero.

Un poco más de carril y se entra en Viana, una bonita población que conserva parte de su atractivo como ciudad fronteriza entre Navarra y Castilla. El tramo que queda no es largo y eso te permite dedicar un tiempo a visitar sus interesantes calles y edificios singulares. Muy recomendable el mirador situado justo en la parte más alta del pueblo. Desde allí ya se puede observar el trazado del río, posiblemente la frontera que había que vigilar.

Cuando te parezca oportuno, sigue el camino y sal de Viana por una calle que pasa junto a un colegio y enfila el llano en busca del río y algunas zonas de cultivo adyacentes. Lo mejor es la ermita que te encontrarás a mitad de camino, con sombra suficiente como para permitirte un descanso.

En un momento dado, el camino hace un giro y se dirige hacia un pinar. Tras el pinar está la carretera que se puede cruzar por un puente peatonal de reciente construcción. Ya se pueden observar claramente que la capital está cerca, porque empiezan a abundar naves comerciales a lo lejos.

Una vez al otro lado de la carretera, el sendero discurre a la sombra de un puñado de pinos y te conduce directamente junto a las puertas de una industria papelera. Muy cerca está el hito que te señala el fin de Navarra.

Justo delante de esta fábrica de papel arranca un camino asfaltado en rojo. Síguelo y te llevará hasta las puertas de Logroño. Cuando veas aparecer la casa de Felisa (ojo, la segunda, no te equivoques) puedes sellar tu credencial y compartir un ratito de charla con ella (además de sus higos, su agua y su amor Decepcionado).

La primera visión de Logroño será el agua del río Ebro, que cruzarás por el puente de piedra. Justo en la otra orilla arranca la calle Rua Vieja, donde se encuentra el albergue municipal (ojo, se entra por el lateral).

El albergue está muy céntrico (Logroño tampoco es demasiado grande) y la zona de copas (calle Laurel y alrededores) está a unos pasos nada más. Así que si puedes… a disfrutar. Y aunque hay bares para todos los gustos, no te dejes atrás los champiñones a la plancha con vinillo de la tierra que te sirven en El Soriano.

Yo me despido por el momento del camino y de los amigos que se van haciendo en él. Buen camino a todos y espero encontraros de nuevo por estos u otros sitios.

Descargar archivo KMZ con la ruta.

Sellos 7a

Sellos 7b

No hay comentarios:

Publicar un comentario