A una hora no demasiado temprana (te recuerdo que en Marruecos, el reloj está al compás de Canarias) preparo la mochila y me paso por el comedor. No hay demasiadas cosas pero el queso de cabra, fresco y cremoso, ya merece la pena. Además las aceitunas, el aceite y la miel son de lujo. Lástima que el zumo no haga honor a su nombre y que la fruta esté ausente ¡en Marruecos esto es pecado!. En fin, será que ya se está anunciando la “civilización”.
La pista arranca justo frente al hotel Atlas, así que no hay que buscar demasiado. A pocos metros, la puerta del camping (en azul en la foto) y cerca de ella, un cartel que anuncia que vas por buen camino para llegar a Azilán. Claro que eso es mucho decir dado el estado en que se encuentra. Pero bueno, eso le da más emoción a la cosa.
A poco de comenzar la subida ya empiezas a coger complejo de pájaro. Hacia abajo la ciudad se empieza a hacer cada vez más pequeña. Y hacia arriba, los dos picos principales de la garganta que dan nombre a Chefchauen se van acercando cada vez más a ti.
En uno de los recodos del camino le das la espalda a la población y comienzas a caminar garganta adentro a la vez que la subida se hace más ligera.
No falta mucho para dejar atrás Chefchauen y comenzar a ver los primeros cultivos de Kifi. La mayoría ya han sido recogidos, pero todavía quedan algunas matas no demasiados crecidas en las parcelas, compartiendo el suelo con olivos de reciente plantación. Es agradable caminar con algunas hojas en la mano y respirar su aroma de vez en cuando, pero no abuses te vaya a caer alguna pedrada de algunos de los vigilantes que siempre suele haber cerca. Y no pienses mal, porque hasta que no se seque convenientemente, no se produce la sustancia psicotrópica por la que es apreciada esta planta.
Junto a una vieja tubería hay una fuente fechada en 1954, de tiempos del mal llamado Protectorado. Y un poco más arriba, la característica roca que a mí me recuerda al perfil de la cabeza de una Gallina de Guinea y que parece que está a punto de caer.
Un poco más adelante, las dos únicas casas que te vas a encontrar hasta llegar a Azilán.
A partir de ellas el camino cambia de cara y empieza a subir serpenteando por la ladera de la montaña. Para que te hagas una idea, aquí tienes varias fotos tomadas desde diferentes momentos de la subida. Y no pienses que están hechas con zoom. Yo he viajado con un 20 mm solamente.
Un poco antes de coronar el puerto de montaña aparece la indicación de los 1800 metros y tras andar un poco más, estarás en el mirador del Sfiha Telj, donde con un poco de suerte, si el día lo permite, podrás ver el Mediterráneo y las casas de un pueblo costero llamado Ouedlau, como el río que desemboca allí. Hoy el día está algo húmedo, lo que dificulta la visión de la costa, aunque se intuye perfectamente.
Al poco tiempo estarás el collado de Chouih, que te dará paso a la otra cara de la sierra. Ya en el otro lado aparecen unas vistas impresionantes de las montañas rifeñas con su vegetación, todavía exuberante de pinos negros, cedros, acebos, tejos, sabinas y pinsapos en esta parte alta.
Por la izquierda, las gargantas del Kelaa y el Farda que llevan sus aguas al Mediterráneo convertidos en uno solo: el Lau.
En el centro, el valle de Azilán rodeado por estas montañas, como el Ybel Khliaa al fondo, que más parece que acabas de entrar en Suiza.
Y a la derecha el Akraa, el pico más alto de la zona, con su cima pelada de vegetación y responsable de su nombre (El Calvo).
Y bajo nuestros pies, las estribaciones del Ybel Sfiha Telj y del Ybel Tissouka. Pienso que lo vas a apreciar mejor en la panorámica de abajo. Pica sobre la foto para verla a tamaño mayor.
Durante el descenso te acompañarán buenos ejemplares de cedros y pinsapos entre otros muchos tipos de árboles que parece que se desarrollan perfectamente sanos, a pesar que se ven ejemplares secos por muchos sitios.
Voy atento por si tengo la suerte de cruzarme con alguno de los macacos que hay por la zona, pero supongo que dado que el tiempo es aun caluroso, permanecerán más arriba, a salvo de perros y humanos.
Azilán es un poblado con un puñado de casas diseminadas, sin energía eléctrica, ni agua corriente, ni ningún otro servicio básico. Para la iluminación, sus habitantes se sirven de placas solares (pocas) y algunos utilizan generadores de corriente portátiles, pero la mayoría aun se alumbran con velas y similares. De hecho, el albergue utiliza un generador que arranca entre las 8 y las 12 de la noche aproximadamente, así que si piensas ir, no olvides tu linterna.
Un poco antes de llegar a las primeras casas hay una bifurcación perfectamente señalizada con su cartel correspondiente. Una bajada y un corto recorrido por un llano, y el carril acaba en una casa pequeña, adornada con pintura añil. Es el refugio de Abdelkader y su familia, una pequeña casa de dos plantas en la que los caminantes ocupan la superior (dividida en varios dormitorios y un par de baños) y la familia hacen la vida en la inferior, donde se encuentra la cocina. Arriba del todo, una azotea se convierte en una terraza de verano si la ocasión lo requiere. Si el tiempo es bueno, la vida se hace en el porche, ocupado por un par de mesas, sillas y un par de bancos, a la sombra de una parra.
Junto a la puerta de entrada, una vieja jaula contiene el cráneo de un macaco. La verdad es que llama la atención ver algo tan “humano” entre un puñado de objetos de adornos. Mi parada da pie a que me cuenten lo “peligroso” que son estos macacos que atacan a las cabras mordiéndoles en el cuello hasta que mueren. Naturalmente yo no me lo creo. No digo que en alguna ocasión hayan podido hacer daño a alguna chivo pequeño pero creo que más bien forma parte del odio ancestral de los camperos hacia cualquier animal que pueda representar un peligro (real o no) para su ganado. Lo mismo pasa en nuestros campos con respecto a culebras, meloncillos y demás.
Soltar la mochila y tomar asiento en la terraza ha sido todo uno. Abdelkader, tras las presentaciones y los saludos de rigor, baja a la cocina y sube con una bandeja con té, el amarillo pan de makla, una especie de torrijas sin vino ni leche, naranja y mucha agua. No hay prisa, es temprano y todavía queda tiempo para comer, así que añade el menú un plato de sardinas guisadas al estilo marroquí que son toda una sorpresa dado el sitio donde estoy. Literalmente, para chuparse los dedos, avisado quedas.
Tras reponer fuerzas, viene la charla. Ya sabes. No hay mucha gente por aquí y hay que aprovechar para enterarse de como es la vida por otros lugares, a la vez que él mismo cuenta cosas de su vida y de los lugares por donde ha pasado, que no son pocos a lo largo de sus 60 años de vida (- Bueno, en los papeles pone menos, pero es que mi padre tardó ocho años en apuntarme… Para que fuera al ejército más mayor…).
A la vez, vaso va y viene de té, acompañados de alguna que otra pipa de kifi por parte de Abdul. Por cierto, me cuenta que esa pipa perteneció a su abuelo, así que ya debe tener un buen montón de hojas quemadas en su pequeña cazoletilla.
Por la tarde toca dar un paseo por los alrededores. Además de un puñado de casas diseminadas en las que abundan mujeres y niños, me topo con la imprescindible mezquita. Una casita con varias habitaciones, cuyo minarete lo forma un poste de madera con dos altavoces en uno de sus laterales y su mihrab se aprecia perfectamente en la fachada que está orientada hacia el Este. Quiero pensar que dado la sencillez y lo primitivo de la construcción, conservan la costumbre ancestral del árbol como punto de reunión. Como pude comprobar, junto a un viejo ejemplar de castaño, hay dispuestas varias piedras a modo de asientos.
El segundo punto de interés es esta especie de casa de campaña con una sola puerta en un lateral y rodeada de una moderna malla metálica.
Junto a su entrada había una especie de camastro con algunas mantas, con señales de haber dormido alguien allí, seguramente durante la noche, pero que ahora se encontraba desierta. ¿Es posible que se trate de una tienda para los caminantes que quieran dormir al aire libre?
Me pica la curiosidad y entro en el recinto. Está construida con una estructura tubular desmontable y una cubierta de una gruesa tela marrón de lana (bajo la que hay otra cubierta de plástico grueso impermeable). Y lo que me encuentro en su interior es un tesoro: la cosecha de kifi que acaban de recoger. Un buen montón de ramas del cáñamo, atadas en manojos más o menos grandes, bien apiladas contra las paredes. A un lado, un cajón de madera a modo de banco de trabajo, un guante y una banqueta. Y en el centro, varios sacos de plástico a medio llenar. Se trata de un secadero. El primer paso del proceso de la hashisha, la cual, una vez seca, se desgrana a mano. Los cogollos de hojas y semillas se van metiendo en esos grandes sacos de plástico y el tronco se tira. Luego, una vez completado el proceso de secado, empieza el de fabricación de la resina, algo más complejo y que según dicen, se realiza en otros lugares. La hoja seca y picada (Kifi) es lo que se fuma en la zona, por lógica mucho más sano que el adulterado y cargado de química tabaco comercial.
Una nota negativa que pude comprobar era el motivo de tanto árbol seco como se aprecia por todos lados. La causa está en el desforestación sistemática que algunos agricultores realizan en las parcelas donde cultivan el cáñamo, o como forma de generar más suelo cultivable.
El método es sencillo. Privan al árbol de su corteza en un anillo realizado en su base y el árbol muere. La primera fotografía es de un corte realizado recientemente. En la segunda puedes ver las consecuencias en otro pino cercano después de una temporada.
Los motivos… pues es de suponer que liberar terreno para poder sembrar el hachís sin la competencia de otras plantas. Lo triste es que además de arrasar la vegetación baja con lo que eso representa para el ecosistema, eliminan también el majestuoso bosque de estas montañas, siendo en ocasiones sustituido más adelante por árboles frutales e incluso olivos en las partes bajas de la sierra.
No sé si el gobierno marroquí es consciente de lo que ocurre, pero si no se pone remedio, con los medios que hay hoy (ya he visto modernos tractores en la parte alta de la montaña) es muy posible que estos bosque con árboles centenarios es posible que esté condenados a muerte y que la ejecución de la sentencia esté cercana en el tiempo.
Pienso que una línea de trabajo de cómo compaginar el cultivo de esta planta con la existencia del bosque sería una buena forma de luchar por preservar estos bosque de alta montaña en su estado actual.
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