miércoles, 1 de enero de 2014

Un viajero con suerte (aunque algo despistado)

ISRAELAUTILLO67 Foto: Israel Sánchez
El mundo de los viajes está lleno de grandes historias. Algunas son épicas y han acabado en los libros de ídem: Shackleton, Marco Polo, Stanley… Sin embargo hay otras más pequeñas y anónimas que nunca llegarán a las bibliotecas pero que son tanto o más enternecedoras que aquellas.
Como la que acaba de protagonizar un pequeño autillo (un ave rapaz nocturna y migradora, parecida a un búho pero de apenas 20 centímetros de tamaño) que o bien puso mal las coordenadas en el GPS o tenía menos pericia en el uso de la tecnología que el telegrafista del Titanic. Es el que veis en la fotografía que abre este post y su tierna historia la dio a conocer al mundo la semana pasada un gran periodista medioambiental, Miguél Ángel Ruiz, en las páginas del diario La Verdad.
Como los demás de su especie (Otus scops) debería de haber emprendido la migración anual desde sus zonas de cría en el centro de Europa hasta el sur del desierto del Sáhara -vía Italia o España- en cuanto empezaron a sentirse los primeros rigores del otoño. Pero no se sabe por qué a este ejemplar se le cruzaron los cables y en vez de enfilar hacia el sur con sus colegas, tomó la directa hacia el norte y apareció él solito en la ciudad noruega de Tromsø, muy por encima del Círculo Polar Ártico. Un poco más, si apura la frenada, y aterriza en pleno casquete polar.
Su historia hubiera sido la de un ave más muerta en cualquier descampado sin que nadie se preguntase el porqué. Pero aunque nuestro pequeño viajero tenía el sentido de la orientación más averiado que la central de Chernobil, el ángel de la guarda le funcionaba a la perfección. Unos niños lo encontraron a punto de ser devorado por los cuervos en las calles de Tromsø y se lo llevaron al ornitólogo Karl-Otto Jacobsen, del Norwegian Institute for Nature Research. Éste lo cuidó y alimentó y se planteó qué hacer con él. Allí no podía pasar el invierno porque los autillos son más frioleros que un rasta jamaicano.
Llamó a varios colegas españoles y al final contactó con el biólogo murciano y experto en rapaces nocturnas Mario León y con el Centro de Recuperación de la Fauna Silvestre El Valle, dependiente de la Comunidad Autónoma de Murcia, que aceptaron hacerse cargo de él.
Jacobsen y el instituto noruego costearon un billete de avión Oslo-Alicante para el pobre bicho, lo metieron en una jaula especial para transporte aéreo de animales con una pechuga de pollo y un poco de agua por todo equipaje y mandaron a la rapaz por fin de vuelta al anhelado sur –esta vez en un Boing 737-800-, cual si de un turista noruego se tratara, hasta el aeropuerto internacional de El Altet, donde entre guiris en minishort y escandinavos rojos de insolación lo recogió Mario León y lo llevó al Centro de Recuperación de Murcia.
Y allí sigue, el autillo con más suerte del mundo. Escudriñando con esos ojazos a sus cuidadores, preguntándose cómo ha llegado hasta Murcia, vía Tromsø, en un viaje de 4.200 kilómetros sin mover un ala. Y esperando a ser liberado en cuanto se recupere para volver a perseguir insectos por la huerta de Murcia.
Como decía un periódico noruego que se hizo también eco del caso: posiblemente sea mucho ruido para tan poco búho. Pero es una historia con final feliz. Y con la que está cayendo, no nos viene mal alguna que acabe bien.
La historia completa podéis leerla en el artículo que Miguel Ángel Ruiz publicó en La Verdad.




Y en este enlace tienes toda la información que el ornitólogo noruego con el autillo ha colgado.

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