viernes, 1 de julio de 2011

Laredo - Güemes

Por la mañana recorro de nuevo los 4 o 5 kilómetros que tendrá la playa de La Salvé (sí, con acento en la e) y que termina en una punta de arena con algunos matorrales y unos pocos árboles que las autoridades han llenado de carteles de zona protegida. ¡Que ironía el nombre! Esta pobre playa no se salva de la especulación como no sea que creamos en milagros.

El día se ha levantado feo y el barco que debe cruzarme la ría no está. Sólo se mueven por el agua algunas barcas  de pesca que llevan a los costados unas largas cañas como la de la foto. También ha llegado un pescador con su bicicleta que comienza a preparar sus aparejos junto a mí.

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Al rato, una barca que se veía atracada en la otra orilla comienza a moverse y pone la proa apuntando hacia donde estoy. Llega hasta la misma orilla y deja caer una escala en la arena. Espero que bajen un par de pasajeros y subo por ella hasta la cubierta. El viaje cuesta 1,70, aunque si eres peregrino y te enrollas es posible que te haga una rebajilla.

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  La barca me deja en un pequeño muelle de madera en la orilla de Santoña, justo delante de este monumento a Juan de la Cosa, que fue un cartógrafo santoñés que acompañó a Colón en varios de sus viajes y que levantó el mapa más antiguo que se conserva en el que se puede ver América dibujada.

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Cruzo Santoña rápidamente. Me gustaría llevarme un bote de esas anchoas tan famosas y que venden por todos lados, pero el peso que llevo ya es suficiente para mí. Me aguantaré hasta que las pueda llevar puestas gracias a alguno de los restaurantes que vea por el camino.

A la salida del pueblo me topo casi de improviso con una mole de muro que encierra uno de los penales más antiguos que deben quedar en pie: el Penal del Dueso y que luego me he enterado que se construyó a principios del siglo XX con el fin de encerrar allí a los reos que estaban cumpliendo condena en Marruecos.

Lo mejor que tiene es que está justo al lado de una zona húmeda en la que puedo observar a simple vista un buen puñado de acuáticas, como esta collera de silbones o esa focha común en su nido.

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El camino desemboca en otra playa, la de Berría, otro enorme arenal que te conduce hacia su extremo oeste, una punta que recibe un nombre apropiado: el Brusco. La vereda que lo sube va bordeado el peñón y justo un momento después de permitirte echar un último vistazo a Santoña a lo lejos, te deja en el extremo en otra larga playa, que te conducirá sin pérdida posible hasta Noja.

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Noja me pareció otro pueblo semifantasma, medio vacío ahora, pero que rebozará de turistas dentro de poco. Procuro pasarlo rápido y tomo la carretera de salida.

No se si es porque no estuve atento a las indicaciones o porque las indicaciones no estaban en su sitio cuando yo pasé, el caso es que aquí perdí el camino “oficial” y me tuve que buscar la vida hasta que llegué a Bareyo. La jornada se limitó a ir pasando por una sucesión de pueblos diseminados, carreteras en obra y más carreteras sin obras que no me hicieron disfrutar mucho que digamos. A pesar de todo, de vez en cuando, aparecía alguna muestra de los tiempos pasados, como esta portada o esta capilla al pie mismo del alquitrán.

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En Bareyo, una pequeña población agrícola y ganadera, está la Iglesia románica de Santa María y que en algunas guías nombra de pasada (incluso recomiendan otro camino que no pasa por ella). La verdad es que viéndola por fuera no impresiona. Los tejados son nuevos, la torre-campanario no parece tampoco que sea demasiado antigua y es posible que aun tenga algún que otro añadido. Tan solo el ábside parece tener suficiente antigüedad como para merecer el calificativo de románico con todas las de la ley.

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Pero el interior es otra cosa. Nada más entrar y levantar la vista hacia los techos es motivo ya para dejarte con la boca desencajada un par de días, sobre todo cuando observas la maravilla de esta bóveda de horno de la lucerna o las diferentes bóvedas de crucerías que forman la nave principal.

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A ambos lados de la nave existen unos pequeños ábside secundarios, aunque nada comparable con el principal.

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El interior del ábside es donde mejor podemos ver los elementos románicos de este monumento. Las paredes están adornadas por una doble fila de arcos que son una  verdadera maravilla. Entre ellos hay que destacar la figura humana policromada que está apoyada en una de las columnas y que parece ser que representa al constructor de esta obra de arte.

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Del resto de la estructura me llamó sobre todo la atención la serie de capiteles y relieves por las paredes con muy diferentes alegorías y motivos, que de por sí, ya dan para escribir un libro.

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Y aunque había otros motivos que merece la pena destacar, como este sarcófago tan antiguo como la iglesia misma, en el que se lee que pertenece a “…Munio, un siervo de Dios”, o ese otro púlpito labrado en la misma piedra arenisca…

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…pero la joya de esta iglesia se encuentra detrás de la puerta que da a la torre:

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Se trata de esta pila bautismal, posiblemente del mismo siglo XII que la iglesia, tallada en la misma roca y también policromada en la que el pie está formado por dos leones que están devorando a una persona y que mantienen entre sus dos bocas uno de sus brazos. La pila está toda decorada con motivos geométricos y en la parte posterior existe una especie de escalón para que el sacerdote que oficie la ceremonia.quede en alto. Yo no había visto nada parecido hasta  ahora.

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Pero hay que  seguir. Desde aquí, siguiendo las indicaciones del camino, se llega sin demasiada dificultad al albergue del Abuelo Peuto, altamente recomendable (imprescindible diría yo) si pasas cerca de Güemes.

Una anécdota. Cuando voy llegando al albergue me cruzo con una pareja de peregrinos que bajaban con las manos llenas de huevos de gallina. Les saludo y les pregunto que si no quedaba sitio en el albergue. Me dicen que sí, pero que ellos quieren adelantar un poco y van a intentar llegar a Santander esta tarde. Pues vale, me estoy despidiendo cuando se hablan entre los dos en ¿alemán? y me dicen que me quede con los huevos, que no saben qué hacer con ellos. Pues vale, como voy para el albergue, pienso que allí se harán cargo. Me los echo al bolsillo con cuidado y les doy las gracias. Ponen cara de sorpresa y dicen que… “en eso no habíamos caído y lo podríamos haber hecho nosotros, pero bueno, ya te los hemos dado”. Mira que son raros estos guiris.

En fin que cuando llego al albergue, la primera persona que me encuentro es una chica con acento catalán que trabaja allí. Me dirijo a ella, le largo los huevos y le digo que se dé prisa en esconderlos porque el dueño de las gallinas viene detrás mía corriendo. Y la chica se queda un poco cortada en la puerta sin saber muy bien qué hacer, hasta que al final sale corriendo para la cocina a soltar las pruebas del delito. Me supongo que allí le dirían algo porque salió otra vez a pedirme algunas explicaciones sobre la procedencia de esos huevos. Esta segunda vez ya le conté la verdad de la historia, no vaya a pensar que uno va por ahí asaltando granjas.

El albergue lo regenta Ernesto (Padre Ernesto si le preguntas a los lugareños) un antiguo cura obrero, viajero incansable y dueño de la casa que ha convertido poco a poco la casa familiar en este refugio de peregrinos. Y si las instalaciones son estupendas, aquí casi es lo de menos. Todo queda en segundo lugar tras el trato que recibes de Ernesto y sus colaboradores. Sólo te diré que en el programa diario está previsto una reunión con Ernesto donde se comenta la etapa pasada y la que viene al día siguiente, donde te aporta todo tipo de información útil sobre el recorrido. El resto tienes que descubrirlo tú cuando vayas por allí.

De mi paso  por ese sitio, para mí lo más interesante fue los dos ratos de charla que pude mantener con esta persona. Descubrí a una persona fuera de lo habitual y su visión del camino hizo que cambiara mi propia forma de verlo, lo que es muy posible que contribuyera a que pudiera terminar los alrededor de mil kilómetros que calculo que han hecho mis pies durante este viaje sin que mi estado de ánimo muriera en el intento.

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Una curiosidad. Ese día en el albergue, el único peregrino hispano hablante fui yo (en la foto, en primer plano, la sobremesa de la colonia germana; al fondo, parte de la colonia francesa) pero eso no fue impedimento para que estableciéramos vínculos de amistad entre algunos nosotros que es posible que duren más que el propio viaje.

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