sábado, 7 de febrero de 2015

Del Draa al Ziz pie (IV)

Temiendole a un día largo, salimos de Zagora con las luces de la ciudad todavía encendidas, aunque el sol empezaba a clarear en la dirección a que nos dirigimos.
Cruzar el Draa por Zagora no es ninguna hazaña. Sus aguas se han debido de quedar río arriba en los millares de huertos y palmerales que ha ido encontrando a su paso. aquí se ha convertido ya en una cuarta de agua. Con el agravante de servir de cloaca a parte de la ciudad, pero no te preocupes, "sólo" lo podrás oler de noche avanzada: una curiosidad de la "gente del desierto" o una deferencia con los turistas.
Zagora la abandonamos por una carretera en construcción que va en dirección a Rissani. Por el momento es sólo una pista de grava suelta, aunque más adelante ya se encuentra asfaltada, como puede comprobar en mi viaje anterior.
A la salida del pueblo abundan los huertos con palmera y una planta que no pude identificar mientras no hubo luz suficiente. Se trata de la planta de la que extrae la henna, esa pasta con la que las mujeres se cuidan su pelo y adornan sus manos y pies.
Un poco más lejos de Zagora pudimos observar cómo se iban reuniendo grupos de dromedarios que eran conducidos por sus cuidadores. Desde lejos parecía una feria de ganado, aunque pronto se desveló el misterio. Por la pista empezaban a llegar 4X4 cargados de turistas de todos lados que venía a hacer su “tour del desierto” a lomos de estos animales. Era chocante ver de pronto a un grupo de occidentales vestidos con ropa de “campo” conversando con gente del terreno con sus ropas de siempre.
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El río Draa a la salida de Zagora y el sol luchando por salir.
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Los huertos y palmerales que hay en su cauce lo dejan prácticamente esquilmado cuando llega aquí.
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Esta roca sobre la loma está a la salida de Zagora hacia Merzuga.
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Ya es inevitable. Dentro de un minuto veremos sus rayos.
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En algunos hogares se sigue cocinando con leña, lo que no sé es de dónde sacan tanta.
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Cuando hace falta colocar estos carteles es que algo estamos haciendo mal los turistas.
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Las últimas casas de Zagora tras la vegetación de sus huertos.
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Un típico sembrado de Henna protegido del viento por estas palmeras.
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La vegetación original se limita a pequeños arbustos y a solitarias acacias muy ramoneadas por cabras y dromedarios.
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Un guía de dromedarios meditando antes de la llegada masiva de turistas.
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Sin caravanas que recorran estas tierras, los dromedarios sobreviven gracias a su uso turístico.
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Los propietarios se unen y forman numerosos rebaños con sus animales.
La pista sigue con nosotros un poco más. Hasta trasponer la montaña de la foto de abajo. Allí hace un quiebro hacia el norte, hacia Tazarine, y nosotros seguimos recto hacia el oeste buscando un poblado llamado Imine Wassif.
Pero aun nos queda mucho camino que recorrer por esta pista y los vehículos que pasan levanta una gran polvareda, así que lo mejor es echar mano de mi turbante (creo que escuche a un paisano llamarlo “jauli”). La verdad es que ya he probado en otras ocasiones varios tipos de cubrecabezas (hasta un sombrero de palma) pero cuando vas a estar muchas horas al sol, ninguno va tan bien como este pedazo de tela. Y además sirve para más cosas que irás descubriendo si algún día te haces de uno. Además, en contra de lo que puede parecer, es fácil de poner y cómodo de llevar, cuando te has acostumbrado.
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La pista que sale de Zagora está en este estado. El asfalto se encuentra a una docena de kilómetros más adelante.
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El polvo que levanta un solo vehículo (mira a lo lejos en la foto) es suficiente para hacerte una faena.
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Un par de vueltas y ya estoy listo para una tormenta de arena (o casi)
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Son pocas las ocasiones de intercambiar opiniones y no hay que desaprovechar ninguna. Mi amigo Enrique de charla con un motorista.
Para ser el principio del camino es algo pesado. Son muchas horas de pista en medio de una planicie que parece que acaba en el quinto pino mires para donde mires.
A pesar de lo temprano de la hora, lo llano del terreno y la claridad del sol hace que aparezcan a lo lejos los clásicos espejismos del agua, pero no, te aseguro que ahí no hay una gota. Por lo menos en la superficie.
Poco a poco nos vamos acercando al pequeño puerto que hay en la curva del camino y allí abandonamos, por fin, la pista principal y nos adentramos por una llanura que se va estrechando poco a poco hasta convertirse en una amplia garganta entre montañas de piedras peladas.
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Arena y piedra que facilitan los efectos ópticos.
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La llanura se va estrechando conforme nos acercamos a esos montes.
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Nunca dejan de asombrarme estas montañas desgastadas por la erosión.
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Un montón de piedras encaladas marcan el comienzo de un camino hacia algún poblado.
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De cerca, más parece un sitio donde se acumula la grava de forma artificial...
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... pero no, es natural.
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¿Cómo puede sobrevivir nada en este pedregal?

Conforme llegamos al final de la garganta y volvemos otra vez a los espacios abiertos, percibimos a lo lejos un pequeño poblado. Se trata de Imine Wassif. Es inútil que lo busques en los mapas. Sólo son un puñado de casas de adobe y algunos huertos. Y un quiosco, el de Zaid, una persona amarrada a una silla de ruedas y un par de muletas por obra seguramente de una poliomielitis infantil, y que por ironías de la vida se apellida El Ghizlani (Gacela). Pero que tiene el suficiente valor de emprendedor para sacar adelante a su familia (tiene esposa e hijos) con este chambao en mitad de un camino de tierra, ofreciendo bebidas más o menos frescas y sus “piedras” y fósiles (también vende gasolina, pero esto no sé si se debe decir muy alto). Si pasas por aquí, tienes que parar.
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Estos montes indican el fin de la montaña y el comienzo de una nueva llanura.
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De nuevo espacios abiertos a un lado y otro de la pista.
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Un señor chambao al pie de la pista: el de Zaid
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Y aquí lo tienes en persona empezando a sacar su mercancía ante Enrique.
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Algunos minerales y fósiles cuidadosamente envueltos en papel de periódico y un simpático molino tallado en piedra blanda imitando a los antiguos molinos de mano y que ahora luce en mi casa.
El poblado, como te dije antes es un conjunto de huertos a los que se han adosado algunas viviendas bastante precarias. No te sabría decir cuantas familias viven aquí, pero tiene que ser un montán, dado el número de niños que hay por todos lados.
Los huertos se dedican a cultivos de verduras y hortalizas, y ya se ven algunas palmeras datileras. El agua se extrae de pozos con ayuda de motores, aunque yo no vi ninguno de última generación. Como nota curiosa, conocimos a un hortelano que había trabajado cinco años en los invernaderos de Almería y que, tras cobrar un premio de lotería, se volvió a su pueblo, compró una buena parcela y ahora tenía sembrado sandias. Yo le “acusé“ de ser uno de los más ricos del pueblo (se reía, pero no lo negaba) y que aprovecha bien lo aprendido en Andalucía.
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El poblado es un conjunto de huertos cerrados por muros de adobe o cañas, junto a los que viven un puñado de familias.
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Aunque la mayoría se dedican a cultivos comerciales, todavía quedan algunos pequeños destinados al consumo de casa.
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El agua se extrae de pozos con motores de combustión, algunos reciclados de viejos automóbiles
Por mediación de Zaid, uno de su hermanos nos acogió en su casa, tras acordar un precio razonable por dormir y cenar. Dormiríamos en la habitación destinada a los hermanos solteros, mientras los casados, sus mujeres e hijos dormían en otra separada. Aunque antes, nos cargamos una tetera y comimos algo de pan que nos vino de maravilla.
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Esta es nuestra habitación: unas alfombras y unos cojines rellenos de ropa vieja son todo su confort. La luz eléctrica se limita a una pequeña bombilla alimentada por una placa solar.
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Nuestro anfitrión junto a uno de sus hermanos obsequiándonos con un te calentito y pan casero, que fue de agradecer.
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Nuestra mesa de bienvenida a la luz del flash
Ahora hay que regresar a Zagora. Tenemos que recoger el coche con nuestros bártulos de dormir y no hay más remedio que acudir al auto-stop. Después un par de “no-te-veo-aunque-paso-a-tu-lado” y de una operación fallida con un taxista que quería sangrarnos el bolsillo con lo clásico de acordar un precio y cuando tocas la puerta te suelta eso de  “…por cada uno”, y que largamos mientras soltaba maldiciones, nos recogieron tres chicos españoles que viajaban con un coche de alquiler y que iban en nuestra dirección, así que llegamos a Zagora bien de hora. Desde aquí les damos otra vez las gracias y esperamos que acabaran bien su viaje.
En fin, de regreso al poblado, tranquilos ya y esperando la cena, mi amigo Enrique se pudo dedicar a estrechar las relaciones con la chiquillería del lugar a base de sobornarlos con caramelos.
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Enrique fue el personaje más querido en el pueblo esa tarde.
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La fachada de nuestro hotel. La ventana de la izquierda será nuestra habitación y a la vuelta, por otra entrada, está la vivienda familiar.
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Un cus-cus de cordero que aunque pusieron cucharas por nuestra presencia, comimos con los dedos como está mandado.
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Y a dormir que se hace de noche. Creo que pocas noche hizo tanto frío como esta.
<PARTE III>                                                                                                                        <PARTE V>


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