A partir de aquí voy a a pasar por zonas de veraneo que hoy se encuentran vacías o casi. Donde hay una playa, se acumulan los “agobiados”, perdón, los adosados y locales de ocio, pero que a mi paso están cerrados y con las persianas bajadas, dando una sensación de soledad para mi gusto, algo insana comparada con la sensación de soledad que se siente cuando se anda entre árboles y piedras. O entre hórreos, como es el caso de la foto.
A lo mejor, esa sensación de estar solo es lo que anima a algunas personas a no utilizar los cuartos de baño de las viviendas (la señora de la foto acaba de salir por la puerta más clara). O quizás es más sano respirar el aire de la mañana que el cargado del interior. ¿Quién sabe?
El caso es que sigo avanzando hasta encontrarme con la ría de Barro, que tengo que rodear por un puente situado junto a esta bonita iglesia situada sobre un saliente sobre la arena y cuyo reflejo en el agua es posible que sea una de las cosas más fotografiadas de todo el camino. Estoy en Niembro.
La belleza de este paisaje es indiscutible, aunque la mano de los humanos esté siempre presente sobre ellos.
Cuando el tramo del camino discurre por el interior, la cosa es diferente. La plaga de ese bicho llamado “veraneante” y sus efectos es apenas apreciable. Las cosas son sencillas y la gente es más abierta, como este hombre de más de ochenta años que todavía (¡para entretenerse!) agarra ese pedazo de guadaña y cortas unos metritos de yerba, allí donde los medios mecánicos no pueden entrar
Incluso los animales son más confiados y se dejan fotografiar, como esta ardilla que venía corriendo camino abajo y que por poco tropieza conmigo, sorprendiéndonos a los dos, volviendo sobre sus pasos para subir al primer tronco a su alcance…
…o esa corza que esperó a clic de la máquina para ir a esconderse en el monte…
…y esta rolliza vaca que parece que saluda al pasar a su lado.
Poco a poco me voy acercando al río Sella, famoso por sus bajadas en canoas, hasta llegar a Ribadesella, separada en dos por la ría y poseedora de una de la cuevas con pinturas rupestres paleolíticas más conocidas de la cornisa cantábrica: la Cueva de Tito Bustillo.
La tarde se ha metido en agua. Aprieto el paso porque aun me queda que recorrer unos kilómetros y subir un poco, hasta llegar a un sitio llamado Leces, donde voy a pasar la noche. Pero antes voy a buscar algunas provisiones porque esta noche no va a estar el tiempo como para salir.
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