Aquí hay que hacer un alto. Si la etapa de ayer me pareció, al final, algo caótica y estresante, hoy me tengo que desquitar. Y Santillana es la excusa perfecta.
Ya ayer por la tarde, cuando llegué, me dio tiempo a hacer una primera toma de contacto con sus calles y me dio la impresión que Santillana debía ser una población muy bulliciosa. Muchos turistas para arriba y para abajo, a pesar de no ser temporada alta. Así que me propuse evitarlos en la medida de lo posible y para eso, lo mejor es levantarse temprano. Con que estuvieran puestas las calles, era suficiente (je, je). Y así fue.
Espero que disfrutes de este paseo mañanero por las calles de Santillana del Mar lo mismo que disfruté yo.
Mención aparte se merece la Colegiata, cuyos orígenes se remonta al siglo XII. Aunque no quita méritos al conjunto de edificios que te vas encontrando calle tras calle.
Al final, poco a poco, los vecinos van despertando y se escuchan los primeros motores por estas calles, algo tan anacrónico que hasta el cartel del balcón parece mirarlos horrorizado.
Y cuando estoy acabando mi paseo casi en el mismo punto en que lo empecé, me doy cuento que no he sido yo la única persona que ha tenido la idea de admirar Santillana en solitario. Una artista oriental se ha sentado junto al abrevadero, con sus papeles y sus lápices, para realizar un dibujo de la plaza de la colegiata.
Pero todo se acaba y ya ha llegado la hora de seguir mi camino, aunque no está de más una última mirada al pueblo desde lo alto, justo antes de salir de él.
No tuve que andar mucho para llevarme otra sorpresa agradable. Desde lo alto de una colina, y en un momento en que abrieron las nubes, pude ver en el horizonte por primera vez las nieves de la cordillera Cantábrica. No es por exagerar, pero un poco de pellizco se te coge en la tripa cuando piensas que te diriges hacia allí. Menos mal que no hay que cruzarlas (si no quieres, claro), me parece que eso lo haré en otra ocasión. Camino Primitivo lo llaman.
Pero no pude quedarme a admirarla por mucho tiempo. Este “vigilante” consideró que ya había estado parado demasiado tiempo cerca de sus dominios y no era cosa de discutir con él, sobre todo si pretendía llegar con los fondillos del pantalón intactos. Además, yo soy amante de los animales y no me gusta molestarlos :-) Aunque eso sí, aun tuve tiempo de tomarle algunas fotos antes de que se acercara más de la cuenta ¿qué sería de la vida de un poquito de riesgo?.
El camino cruza algunos pueblos diseminados, como Arroyo y Oreña. Es un paseo agradable, entre colinas como la que ves en las fotos siguientes. A la altura de Oreña se pasa junto a una ermita situada en lo alto de una de ellas, rodeada de prados en los que la yerba te llega más arriba de la rodilla.
En estos pueblos te vas encontrando viejas casas con aspecto de bien cuidadas, lo que da un buen aspecto al vecindario.
Aunque algunas zonas del campo no lo están tanto, y el eucalipto sigue haciendo destrozos por todos lados. Donde se plantan estos árboles se arrasa con toda la vegetación original. Luego, a la hora de recoger la “cosecha”, el monte queda como un erial.
En fin. Después de recorrer otros pueblos, se viene a salir a Cóbreces. Este pueblo me llamó la atención un par de edificios que destacaban del resto. Se trata de una abadía trapense (a la derecha en la foto) y de una iglesia casi del mismo estilo (a la izquierda).
Por lo que pude indagar ambos edificios se deben a las donaciones de jándalos. Yo al principio me quedé igual porque eso de jándalo no entendí muy bien lo que significaba, hasta que descubro que jándalo es el nombre que se da aquí a los cántabros que emigran y hacen fortuna en…. Andalucía, que casualidad. ¿Tendrá algo que ver ese nombre con el topónimo de La Janda? ¿Guardará relación el nombre Janda con el de Andalucía? ¿O será simplemente una deformación de los cántabros del término “andaluz”?
Pero no desvariemos y sigamos concentrados en el camino. Yo traía un interés especial en Cóbreces. Alguien me había hablado hace un par de días de unos acantilados y una playa (la de El Bolao) que se encontraban cerca y que merecía la pena salirse del camino unos kilómetros para verla. Y la verdad es que tenía toda la razón. Cuando te vas acercando desde unas lomas cercanas no te imaginas lo que te vas a encontrar a tus pies.
Hay un caño de agua que pasa junto a las ruinas de un viejo molino (supongo que dedicado a la minería) que desemboca en uno de los extremos de esta playa-acantilado. La erosión del mar ha tallado la pared de roca hasta la punta del Indio casi en todo lo alto (observa la tercera foto), pero quizás lo más sorprendente sea ese banco que alguien ha colocado en todo lo alto del acantilado (observa con cuidado la primera foto ¿lo ves?) ¿Te imaginas los atardeceres que se podrán disfrutar desde él?
A partir de aquí la cosa se complicó un poco. Casi sin dejarme tiempo para comerme un bocadillo, llegó la lluvia y tuve que meterme debajo del capote la mayor parte del tiempo. Así que llegué a Comillas un poco mojado y sin ganas de tomar muchas fotos. Mañana será otro día.
Un lugar muy hermoso.
ResponderEliminarY tú que lo digas. De lo mejor de lo mejor del viaje.
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